Diario de León
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León

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ALGÚN DÍA tenía que saltar la contradicción: el vino está profundamente imbricado en nuestra cultura y su benéfico carácter nutritivo no puede ocultar sus aspectos negativos: consumido en exceso, tiene efectos estupefacientes, produce adicción y ocasiona graves enfermedades. Es, en definitiva, una droga legal. Y no es malo, por tanto, que el legislador democrático le otorgue una regulación específica y rigurosa que minimice los inconvenientes y enfatice el efecto de sus virtudes. La ministra de Sanidad, con la inercia intervencionista que le ha proporcionado el relativo éxito de la legislación contra el tabaco, ha decidido enfrentarse al problema con la furia proverbial del fundamentalismo o de la inconsciencia. Y las primeras reacciones adversas no se han hecho esperar. Salgado tendrá grandes y graves dificultades a la hora de sacar adelante su proyecto de ley.. Pero la iniciativa no es ni vana ni desdeñable: en este país hay más de dos millones de alcohólicos, y todos ellos saben que no tiene fundamento el distingo entre el vino y las bebidas de alta graduación. Como con las drogas duras y blandas, el problema está en el sustantivo.

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