Diario de León

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POR LO VISTO, nada hay más lucido y exportable para el turismo primaveral que la procesión -es un decir- de la embriaguez laica del entierro de Genarín. Por lo menos esa es la propaganda que ha expuesto en la Feria del Turismo la Junta de Castilla (lo de «y León», ya lo veremos). Durante la Semana Santa leonesa -quiero decir en la provincia de León y de Zamora y de Salamanca- no existe recogimiento crucífero, ni sacrificio en los centenares de hombros que elevan los «pasos», ni esculturas llorosas de Gregorio Fernández, ni lastimeros gestos en los femeninos rostros de las magdalenas de Víctor de los Ríos, ni el traslado generacional de las flores regadas de incienso ni, en fin, la semana de conmemoración de rito y religión. Resumir en Genarín la Semana Santa leonesa es despreciar la religiosidad de un pueblo, empobrecer el alma, secar la vida de las calles llenas de música y silencio. A la vista de tal concepto que desde Valladolid nos tienen, me entra un gran ardor de estómago, que se convierte en hielo en el corazón leonés. Si arde el estómago o se hiela la víscera vivificadora, algo más pasa al leer el libro de Joaquín Cuevas Aller: León en las garras de un buitre , excelente exposición del ser leonés y del arrastre de la leonesidad hasta el lecho del moribundo. Esa visión no es que me produzca ardor, es que me entran unas enormes ganas de vomitar -pero vomitar en pleno paseo Zorrilla- al conocer la cruda realidad del olvido de León. Cuando comencé mis estudios en la escuela de los Hermanos Maristas y hacen la clásica foto de niñez, a mi espalda había un mapa de España que, en verde, señalaba a León como compuesto por cinco provincias: León, Zamora, Salamanca, Valladolid y Palencia (lo sé por que me las hicieron aprender de memoria). No sé por qué a los pocos años en el mapa de la foto, León solo se componía de tres provincias: León, Zamora y Salamanca. Bueno, pues ahora solamente existe una. Vamos mejorando. Sí, sólo una, pues la Constitución Española -artículo 137- organiza el Estado en municipios y Provincias, y en las Comunidades Autónomas que se constituyan, de forma que si no se hubieran constituido alguna Comunidad Autónoma volveríamos a la Provincia. Ahora bien, constituida en el año 1983 por Ley Orgánica -en estos momentos en trámite de reforma- la Comunidad de Castilla y León, por su «identidad histórica, «sigue diciendo la exposición de motivos de la Ley, que «Castilla y León recupera su máximo órgano representativo, las Cortes » y se crea un «Tribunal Superior de Justicia» y una «Junta». Bien, ya tenemos los tres poderes de la representación: el poder legislativo, -las Cortes- el poder judicial -el Tribunal Superior- y el poder ejecutivo -las Junta. Ahora bien, la Comunidad que se crea es «para» el pueblo castellano-leonés, es decir que, es la única Comunidad que la conforman dos entidades que, al decir de la exposición de motivos, criticada ampliamente, «han mantenido a los largo de los siglos una identidad histórica y cultural claramente definida» . Aun admitiendo esto -que no es cierto- repetimos que se unen dos entidades Castilla y León. Pues bien, todos los poderes de esta Comunidad se sitúan geográficamente en Valladolid -sede del castellanismo- olvidando, por ejemplo que las Cortes Leonesas son de más raigambre democrática que las castellanas; y tal es el centralismo de lo castellano que el día de la Comunidad es el día 23 de abril, o de los comuneros de Castilla. En cuanto al poder judicial, no sólo está en el centro de la Comunidad sino que mantiene otra sede en Burgos , más olvido todavía. Por lo que respecta a la economía, no se puede decir que se han esmerado en que León tenga los mismos tratos que Valladolid sino todo lo contrario a pesar de que en la exposición de motivos de la Ley se pretendía la meta de la «corrección progresiva de sus propios desequilibrios internos en un proyecto común». (La verdad es que si antes teníamos dolor de estómago o vomitábamos, ahora es para reírse o llorar). Para darnos una idea sobre los despropósitos y los olvidos de León -siguiendo a Cuevas- León ha perdido en los últimos años un 7% de la población, se han marchado, o no se han implantado numerosas empresas, los recursos son administrados desde Valladolid, la juventud emigra -como emigramos muchos en los años 60-, es una tierra de confusión, etcétera. Es una comunidad de dos regida por uno solo, administrada por quien place y beneficiada por el centralismo. Bueno, aquí está la Institución del defensor del Común que nada más hay ver la casita al lado de la Iglesia de San Marcos para decidir sobre su eficacia y funcionamiento. Los políticos ya sabemos que no hacen nada, peor ¿qué hacen los intelectuales?. Pues miren, un botón de muestra: en el exitoso Congreso Internacional de Literatura Leonesa se oyó decir a un intelectual hijo de la tierra que al él lo leonés no le interesaba nada. Bien, admitamos que lo leonés es universal -por eso me tengo- y que al intelectual exiliado le resbale, pero las cuestiones domésticas habrá que atenderlas, digo yo, ¿no?. Y las vejaciones habrá que contestarlas y a los olvidadizos habrá que despertarlos a golpe de campanazo. Bien está decir que somos históricos, que si Alfonso VII, que si «León solo», y otras zarandajas, pero al intelectual habrá que decirle, con palabras de Ganivet: «lo que nosotros debemos de tomar de la tradición es lo que ella nos da o nos impone: el espíritu». Con la intelectualidad de la leonesidad no nos podrán arrinconar y habrá que conminar a los políticos que nos gobiernan que la Comunidad es cosa de dos y no de una burocratizadora administrativa de bienes y servicios . Lo siento pero hay que despertar lo tradicional leonés, para no dejarnos apabullar por las teorizantes ideas de la castellanidad que, bienvenida sea, si es para el proyecto común de igual a igual, tal como se dice en la exposición de Motivos de la Ley de creación de la Comunidad. Porque si no, a este paso, asistiremos al entierro de la leonesidad y ni siquiera se orlará con incienso y responso sino sobre el mandil, la escuadra y el compás laicista.

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