Diario de León

LA PENÍNSULA

Espasmos de la memoria

Publicado por
EDUARDO CHAMORRO
León

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NO TODO en esta vida es, ni puede ser, confusión. Hay ocasiones en que la propia confusión marca por sí sola el alcance de sus límites y, a partir de ahí, la zona donde la claridad proclama que «hasta aquí podíamos llegar». Es una presuntuosa ignorancia, una carencia altanera de la que últimamente tratamos de resarcirnos mediante el recurso a la memoria histórica, cosa de la que tampoco sabemos mucho pero resulta útil a la hora de emparentar lo conceptual con lo democrático. La memoria histórica vendría a ser, así, una concepción democrática (que diría Fernández de la Vega) capaz de hacer cundir, por sí sola, el sosiego espiritual. O no. Hay ejemplo s de memoria histórica que pueden ser inquietantes y fundamentalmente paródicos, si no fuera porque conservan algún que otro pelo de la dehesa. Érase el otro día en el barrio madrileño del Pilar, donde se celebraba una manifestación para poner de vuelta y media al Ayuntamiento, cuando un señor de setenta años se acercó a otro de ochenta y le dijo: «¡Rojo! ¡Más que rojo!». Acto seguido, y como si no bastara con lo dicho y hubiera que adornarlo, le arreó un par de bastonazos cuyo efecto requirió tres puntos de sutura. Un incidente similar en Bilbao transformó la justicia en política y ésta en agresión genital. Son episodios que no tendrían mayor importancia si no fuera porque el juego y la afición a la histeria memoriosa cunden también en otros lugares como, por ejemplo, Santander. Ha sido en Cantabria donde el Consejo del Poder Judicial se ha visto en el brete de llamar al orden a un juez por utilizar expresiones «innecesarias, improcedentes y extravagantes». Es decir, le ha dicho lo que casi cualquiera querría decirle a un juez. Ahora bien, este juez en concreto se ha ganado la medalla por recomendar a un matrimonio separado reconciliarse acudiendo a «la fuerza de Cristo resucitado». No contento con tan elevadísimo recurso, el mismo juez explicó a otra pareja tan separada o más, que su ruptura se debía a «una intervención del maligno». Recuerdos como espasmos de una memoria que siempre corre el riesgo de resultar más densa que el agua.

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