Diario de León

TRIBUNA

Leonesidad popular versus institucional

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PASO por delante del Ayuntamiento de León -Plaza de «las palomas»- y veo ondeando cuatro banderas: en el medio la española y la de Castilla y León, a los extremos la de León y la europea. Entro en un bar del barrio húmedo y observo la enseña de León en medio de dos banderas españolas. El contraste formal es evidente, para los regidores del municipio lo preferente -León- no es la capital sino la Comunidad-Castilla, pues lo de España es evidente; bueno, evidente aquí, que no en Cataluña ni en el País Vasco. Para la leonesidad las formas son importantes y la estética fundamental. (Basta ver a nuestro alcalde desnudo de calcetines en su despacho -ver El Mundo/La Crónica, día 11/07/2007, página 9- y nos preguntamos si tendrá vestida la cabeza). Relegar lo leonés a un extremo en beneficio de la Comunidad castellana no es la mejor carta de presentación de los nacionalistas leoneses. Si el pueblo se decanta por un sentimiento, el político debe de conocer el alma de su pueblo. Para el pueblo la estética va unida a la ética, para el político -por desgracia- el sentimiento es el partido, es su patrimonio. Para el político nada hay más rentable que seguir las directrices del partido aunque, a veces, se traicione al pueblo. Y no nos estamos refiriendo al pueblo en el sentido de la oclocracia - pancartista, es decir la que se manifiesta a la voz de una sirena o al ritmo de los más audaces o vociferantes; nos estamos refiriendo a ese sector que antepone el alma de la tradición, de las reservas vivenciales, de los modos honestos de vivir. Por el contrario el político está regido por la libido dominando, el ansia de poder para aparentar, para contratar intereses espurios, para pactar aunque sea renegando de sus programas, para machacar al adversario. Lo que debía de presidir su misión no era tal ansia sino la libido operandi; esto es el servicio constante, mimetizar los quehaceres de sus conciudadanos que, como se ha visto, ponen en lugar preferente la bandera de su ciudad, que en definitiva es trasladar el alma a la enseña. El político por el contrario cree de su partido el ser de la vida; y nos hemos de preguntar ¿desde cuándo los partidos tienen alma? El alma no sabe de profesiones, ni de siglas, ni de presiones. Pero aunque ello fuera así, cada una de las profesiones tiene sus códigos de conducta, sus directrices deontológicas; nada se sabe de las conductas de ciertos políticos. Creo que deberían de tener como libro de cabecera el libro de Azorín que, aún escrito hace un siglo, 1908, deja una clara referencia al quehacer del político: «La labor del político ha de consistir en estudiar bien el país en que vive y gobierna, él ha de conocer cómo viven y piensan sus compatriotas, conocerá la historia de su patria, las tradiciones, las costumbres, las diferencias que existen de unas regiones a otras, conocerá también el grado de cultura del país, sus condiciones físicas, lo que produce y lo que puede producir, estudiará el estado de las industrias y las modalidades y características del arte¿». Qué quieren que les diga, no veo a nuestros dirigentes estudiando tales eventos, sobre todo los que tanto hablan de leonesismo que, para mí, se contrapone a la leonesidad. Aquél se asienta en la visceralidad de campanario -bueno, a la hora de pactar le da igual el sentimiento- a la hora de exponer sus creencias se pone a la cabeza de los jóvenes grafiteros, que embadurnan las paredes, que se apoyan en un nacionalismo centrípeto, socavan los sentimientos de la tradición, se aíslan de la cooperación; para declararse nacionalistas no tiene empacho en admitir que para la segregación lo mejor es ser una comarca -¡como la del valle de Arán!-. La leonesidad es otra cosa. Es una preferencial manera de expresar un sentimiento, no se vende por un puñado de euros, ni mercadea sobre las tendencias políticas -que no se olvide, te venden en cualquier momento, léase votación- ni se expone a que arranquen su alma y la manden al extremo de los mástiles. La leonesidad es una entidad espiritual y, dado que no tenemos más remedio que vivir en comunidad con Castilla, comulgar a dúo, porque -lo he repetido- la Comunidad es cosa de dos. No se defiende lo leonés con el trapicheo de pactos -hoy con la izquierda, mañana con la derecha- a la carta; ni se defiende poniéndose bajo las siglas de nacionalistas. Es necesario traer a colación lo que un antiguo estudioso del nacionalismo -K.R. Minogue, 1968- dijo en una ocasión: «¿las teorías nacionalistas pueden ser impregnadas como deformaciones de la realidad que permiten que los hombres enfrenten situaciones que en otros casos serían insoportables». Como concluyó Pedro G. Trapiello -intervención en TV León- hace poco, el leonesismo «es la veta del sentimentalismo». Por eso abogamos por la leonesidad del pueblo en lugar del leonesismo de las instituciones. Estas se venden al mejor postor, sea partido, grupo de presión o logia. Por el contrario para la leonesidad no están en venta los sentimientos.

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