Diario de León

EN EL FILO

Para partirse cualquier día

Publicado por
VALENTÍ PUIG
León

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EL PARALELISMO entre la fragilidad de Bélgica y España es de escaso acierto, del mismo modo que comparar Irlanda del Norte con el País Vasco o Cataluña con el Quebec. España existe desde antes de los Reyes Católicos mientras que Bélgica tiene entidad sólo desde el año 1830. Ahora lleva cien días sin gobierno a pesar de las intervenciones mediadoras del Rey Alberto II. Es una prueba de la crisis institucional crónica que a duras penas puede ser contenida por la monarquía. Flamencos y valones, en sus versiones más radicales, fomentan desde hace mucho tiempo una división que siempre parece inminente y que al final se posterga. Algo tendrá que ver en todo eso que instituciones como la Unión Europea y la Alianza Atlántica tengan sus sedes principales en Bruselas -ciudad francófona en pleno Flandes que habla flamenco- aunque también se podría argumentar que la unificación europea permite una división belga sin traumas. Incluso así, una cierta corrosión moral afecta la vida de la sociedad belga y pudiera ser una advertencia para quienes desde el nacionalismo vasco o catalán juegan todos los días a arrimarse al abismo. Los flamencos -hablan un dialecto del holandés- quieren separarse de los valones -francófonos- que en el pasado fueron hegemónicos. Los partidarios de la partición apelan al desglose de Checoslovaquia entre República Checa y Eslovaquia, equiparable a estabilizaciones anteriores. Pero esos son estados de opinión que pueden fluctuar bastante: los flamencos partidarios de la separación son un 39 por ciento y los valones secesionistas se sitúan en un 12 por ciento. Por parte flamenca, las postulados más radicales son los del partido Vlaams Belag, de derecha dura, liderado por Dewinter, con el 25 por ciento de los escaños en el parlamento flamenco. El entramado generado por la política lingüística y el reparto institucional llega a los límites del absurdo. Económicamente, la coyuntura belga se ha invertido: ahora el norte flamenco es más próspero que el sur francés, de antigua potencia industrial. Algunos apuntan a una solución que se resolviera con la partición de norte y sur al tiempo que la ciudad de Bruselas -como en el caso de Washington- obtuviese un 'status' especial. Una media del 40 por ciento de la población belga cree que dentro de diez años Bélgica ya no existirá. La intolerancia lingüística es extremada en algunas ocasiones, dándose guetos de signo distinto a poca distancia uno del otro. Presentan mundos estancos, con su prensa, su televisión y su sistema escolar en contraposición lingüística frontal. Son unos diez millones de habitantes, en proporción de 60 por ciento que hablan flamenco y 40 francófonos. Esa división lingüística tiene absolutas correspondencias políticas. Los gobiernos son inconcebibles sin un elemento de coalición. Bélgica está hendida por esa división lingüística. En parte esa es la razón de que el país lleve cien días sin gobierno: los partidos flamencos pretenden tener más control institucional y los partidos francófobos reivindican los derechos de quienes hablan francés en zona flamenca. Es conocido el caso de la pequeña ciudad de Merchtem, junto a Bruselas, donde sólo se puede usar públicamente el flamenco y los niños de habla francesa no e stán autorizados para hablar en su lengua: sus padres están a obligados a hablar en flamenco con los profesores o recurrir a un intérprete. En algunos casos, la intolerancia llega hasta la patología, sin los elementos mínimos de voluntad de convivir. Ese es el laberinto belga, saturado de callejones sin salida y de fronteras internas. Es el país del autor de Tintín, de las mejores patatas fritas, de Simenon y una muy buena cerveza. Es la otra cara del federalismo.

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