Eso no lo cuento

EN ESTO que vas volando en esa angostura que llaman clase turista, diseñada para, en caso de tomar un periódico (lo único que ahora te regalan ahí arriba) optar por el ABC, por imperativo métrico más que por inclinación ideológica. Como salvando a Mingote hay mucho plomo en las páginas grapadas y decididamente un libro hace mejor apaño en un avión que el diario, abro La divisa en la torre, la nueva entrega de don Antonio Pereira. Justo cuando acaba el primer relato que da título al libro, por la ventanilla, allá abajo, iba quedando atrás el Cantábrico... En esas historias verídicas que Antonio transforma en ficción; en esos relatos memoriosos de un hombre un poco socarrón, nunca sarcástico; en estos fragmentos de un diario literaturizado igual sale Gamoneda tomando queso que el desafortunado bigote de Aznar, lo mismo chicas ibicencas de follar laborioso y callado que una continuación catalana de «Palabras para una rusa». Y al final de cada relato suele haber siempre motivo para un sonrisa. Fue justo al tomar tierra en Heathrow. Parece que entre las turbulencias y quizá alguna maniobra brusca, aquello brincó por encima de la pista más de lo que mandan las leyes físicas... Pero yo iba imaginando con Antonio la visita de Camilo José Cela a Villafranca del Bierzo, cuando el gallego no era Nobel y probaba los colchones del Parador o montaba en cólera al no encontrar sus libros en el escaparate de la plaza... Y aún me pongo colorado cuando recuerdo las miradas de todos aquellos viajeros que no acababan de entender a qué venían aquellas carcajadas en momento tan apurado. «Esto a Pereira no se lo cuento -pensé-. Capaz es de escribirlo en un relato».