Yo te prometo

TE PROMETO el paraíso, que queda siempre a la vuelta de la esquina. Que tus impuestos se invertirán en el futuro de la alegría, o sea, que helará menos en el reino de los pobres y parados (que los hay, aunque no lo parezca). Te prometo que mi Zaplana y mi Acebes se quedarán con las ganas de tomar café contigo. Y que no pronunciaré el nombre de Aznar en vano. Te prometo que si pasas de los dieciseis mil y tienes que pagar a Hacienda, tu dinero irá a hospitales y escuelas y pensiones. Te prometo todo lo que puedo prometer. Pero no me pidas que lleve España por una senda más tranquila. Sin telediarios con ultras partiéndose la cara. No me pidas que las dos Españas sean una, porque no es posible, créeme. Estoy, Rajoy, en campaña. Y él, Zapatero, también lo está. Vemos las banderas del partido, y el himno, y los aplausos. Y también las encuestas del Consejo Superior de Investigaciones Científicas que nos tiran de las orejas y nos suspenden. A mí más, porque yo estoy con mi Eduardo Zaplana y mi Ángel Acebes y mi José María Aznar, o sea, el pasado. Para nosotros no hay nada más: nuestra visión no llega lejos. Aunque para ser justo debo admitir que hay otros. Tú, por ejemplo, que no puedes prometer ni prometes. Tú, ciudadano español: sin tu AVE y con una renta estancada. Pero te prometo. A ti. Que sólo pides el sosiego y el pan. Y que no te aprieten más el cinturón. No deben. Ellos con sus cosas y su campaña: políticos desvalorizados. La democracia es una dama disfrazada de mujer invisible. Ya nadie la conoce. Mandan otros. Mandan los que tienen la pasta. El político, ciudadano, sólo puede prometer. ¿No los escuchas? Yo te prometo, dicen... Y tú los suspendes. Se lo merecen.