Diario de León

DESDE LA CORTE

Por un gesto de cariño

Publicado por
FERNANDO ÓNEGA
León

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LA IMAGEN que menos podíamos esperar del cierre de legislatura fue ésta: una secuencia de fotos que muestra la emoción del presidente del Congreso, Manuel Marín. Se le escaparon las lágrimas, humano que es. Después de casi cuatro años de aguantar broncas, reprimir pateos, hacer llamadas al orden, soportar desafíos de los diputados de la Esquerra, dar y quitar la palabra, ya le tocaba que alguien le mostrara un poco de afecto. Lo hicieron prácticamente todos los partidos; pero, si agradeció algún aplauso y algún elogio, fue el de sus propios compañeros de filas, los socialistas. Él mismo lo confesó, como continuación de otra de sus frases: «Yo sólo estoy para que me quieran». Ah, pero ¿es posible el cariño en política? En los segundos niveles, sí. En la cúspide, las personas valen muy poco. Manuel Marín pudo hacer sido un magnífico presidente. Ha ganado a pulso que se reconozca su independencia. Ha funcionado con mucho más equilibrio del que se puede suponer en un militante de partido. Y encima, tiene una hoja de servicios al PSOE como pocos, desde las Cortes Constituyentes a este momento: treinta años de militancia en la primera fila. Pero de pronto, el mando supremo necesita su puesto para cumplir con el compromiso adquirido con otra persona, y se entera por la prensa de que Zapatero lo quiere sustituir por José Bono. Creo que estos menosprecios, aunque sean involuntarios, aunque estén justificados por necesidades de «la causa», no se producen en otros ámbitos de la vida. Ni siquiera en las empresas más agresivas. Se pierden batallas, naturalmente. Hay ceses, destituciones, dimisiones forzadas y fracasos personales. Pero la política es el único escenario donde expulsan a los mejores, aunque presenten una buena cuenta de resultados; donde se mantiene a los que peor han gestionado, y donde se pasa de la colaboración estrecha a la distancia sideral. Por eso la memoria de los partidos políticos está llena de parejas rotas y amistades reventadas por las ambiciones de poder. Es posible que algún lector se pregunte por qué escribo esto. Quizá sea por lo insólito de ver a un político emocionado por un simple testimonio de afecto. O quizá porque pienso que Manuel Marín, un hombre dialogante y abierto, un demócrata, merece ese reconocimiento final cuando termina su tarea. O quizá porque le hemos visto tantas veces en la angustia de dominar una fiera con sumo cuidado de no molestarla, que es justo que le acompañemos cuando empieza a sentir el peso de la soledad. O quizá porque estamos tan necesitados de buena gente en las alturas, que no podemos permitir que haya valías que no se reconozcan ni cuando agotan su mandato. O quizá, sencillamente, porque es Navidad.

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