Diario de León
León

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COMO la joven protagonista de El mago de Oz, el pequeño Kyson fue arrastrado cien metros por un tornado, pero él sólo tenía once meses. El bombero que lo encontró, entre escombros, creyó que era un muñeco. En un mandoble huracanado, había sido lanzado fuera de su casa. Soplaré, soplaré y soplare y tu casa derribaré, amenazó el lobo del cuento. Su madre fue una de las seis víctimas mortales en ese pueblo de Tennessee, pero, quizá, en un último segundo de vida le fue concedido un deseo, que podemos intuir. Ayer mismo los periódicos traían la foto de un bebé alemán cayendo al vacío desde un alto piso en llamas, y allí estaba el policía para cogerlo al vuelo, como quien agarra el caramelo lanzado desde la carroza de una cabalgata. ¿Suerte o milagro? Quién sabe. Es más, nadie puede descartar hoy que en un futuro esos niños no sean eficaces directivos del club de la maldad. Personalmente, prefiero creer que todo tiene un sentido positivo, lo difícil es intuir cuál es, más allá de la buena suerte. Un bebé sobrevive a un tornado, pero su madre muere¿ ¿por qué será que las leyendas suelen estar protagonizadas por huérfanos? Quizá el sentido más profundo de esta victoria sobre un suceso a priori tan estadísticamente previsible sea revelado muchas generaciones después, cuando nazca Kaylon VII, o XI, o XV¿ portador de un don. Aunque puede también que todo se haya debido al azar, y no haya más explicaciones. No creo en Dios, pero sí en sus milagros, me dijo un día un amigo. Suerte o milagro; la primera no te obliga a nada¿ el segundo, sí. Tal vez, vivir sea eso, vencer a los tornados, visibles o invisibles, irrumpir de tus propias ruinas. Renacer. Y llamarlo suerte o considerarlo milagro es lo único que sí depende del renacido.

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