Diario de León
Publicado por
RAMIRO PINTO CAÑÓN JOAQUÍN COLÍN
León

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AHORA que la ciudadanía de la Comunidad Autónoma Vasca se apresta a examinar en sus justos términos y a valorar los contenidos de la Ley de consulta aprobada días atrás en su Parlamento, no parece extemporáneo traer a cuento algunas reflexiones de Kant en su obrita La paz perpetua . Se ocupa en ella de las condiciones de posibilidad de la paz pública y de cómo el jurista ha de escuchar «la razón moral» presente en las «máximas de los filósofos». Dice allí: «El jurista, que ha elegido como símbolo la balanza del derecho y la espada de la justicia, suele usar la espada, no sólo para apartar de la balanza todo influjo extraño que pueda perturbar su equilibrio, sino a veces también para echarla en uno de los platillos -vae victis!-. Siente una irresistible inclinación, muy propia de su empleo, a aplicar las leyes vigentes sin investigar si estas leyes no serían acaso susceptibles de perfeccionamiento; y porque este rango, en realidad inferior, de su facultad va acompañado de la fuerza, estímala por superior. La posesión de la fuerza perjudica inevitablemente al libre ejercicio de la razón». Lo que está, pues, por ver ahora es si los ciudadanos van a poder, este otoño, ejercer libremente su razón democrática, respaldando o no lo aprobado en el Parlamento. Se la ha llamado «consulta de habilitación», y eso es lo que se limita a ser. Es bien sabido, o quizás no: En la primera de las dos cuestiones se le pregunta al ciudadano de la comunidad sobre si apoya o no un proceso dialogado del fin de la violencia de ETA -parece implícito que entre ésta y el Gobierno de España- «si previamente ETA manifiesta de manera inequívoca su voluntad de poner fin a la misma de una vez y para siempre». Así, y de ser positiva la respuesta de los ciudadanos a una decisión que es ya parlamentaria, ese apoyo popular reforzaría extraordinariamente la validez -pese a no ser vinculante- y también la oportunidad política de este nuevo intento de pacificación. Es una apuesta que sitúa la iniciativa en un espacio nuevo y con una dinámica nueva: hacer kantianamente aquello que debe ser hecho sin esperar a lo que hagan o dejen de hacer los otros; en este caso la organización armada. Del hasta ahora convidado de piedra, la ciudadanía, hace un agente decisivo en este empeño democrático, mucho más importante políticamente que los movimientos preelectorales de unos u otros partidos. Es verdad que el nuevo intento que implica tan resueltamente a la ciudadanía no comienza con esta propuesta de consulta. Ibarretxe trató meses atrás de acordar con el presidente Zapatero los puntos básicos que permitieran retomar el proceso de paz donde desdichadamente hubo de dejarse. De haber obtenido una respuesta positiva del presidente ahora la consulta se estaría planteando en otros términos y con otro recorrido. La participación ciudadana hubiera sido igualmente ineludible, si bien entonces con una consulta de ratificación de lo acordado por ambos Gobiernos y aprobado por el Parlamento Vasco. No ha sido posible, y hace bien el tripartito en intentarlo en solitario, ahora ya con respaldo parlamentario y, deseablemente desde nuestro criterio, con una mayoritario respaldo de los ciudadanos vascos. Hay que confiar en que el «jurista» de Kant sopese adecuadamente todo lo que está en juego y no ceda a la fácil y apresurada deslegitimación de la Consulta. La racionalidad de este nuevo empeño pacificador es más que evidente. Cuando en mayo del 2005 Zapatero propone algo parecido a la aprobación del Parlamento Español sólo el PP cree ver en ello el comienzo del fin de España. Pero también hay algo radicalmente nuevo en el compromiso ético con el final de la vía armada que implica esta Consulta. Pese a existir una segunda pregunta sobre el apoyo o no al inicio de un acuerdo de normalización, es decir, de profundización democrática, en absoluto se produce entre ambas preguntas una vinculación o relación intercondicionada. Ambas gozan de incondicionalidad y suficiencia. El hecho de que se planteen simultáneamente, incluso el de que el funcionamiento futuro de las dos negociaciones propuestas sea simultáneo escapa mejor a la lógica perversa del «post hoc ergo propter hoc». Difícilmente se invocarán así réditos políticos o contrapartidas de carácter humanitario, alcanzadas en una mesa de negociación a cuenta de la otra, y en una u otra dirección. En esta segunda pregunta se da mayor concreción a lo que ya se vino haciendo durante la última tregua, negociar políticamente entre los partidos vascos, ahora sin exclusiones al objeto «de alcanzar un acuerdo democrático sobre el ejercicio al derecho a decidir del pueblo vasco». Se sitúa en la perspectiva de que, si ese acuerdo se produjera, sería sometido, ahora sí , a referéndum vinculante a finales de 2010. Esto es lo que se disponen a impedir el Gobierno de España y, según dicen de antemano saber, el Tribunal Constitucional. ¿Razones? No se condena la violencia de ETA en la primera pregunta. Ya se sabe, lo importante no es qué se hace por acercar el día del fin de la violencia especifica de ETA, y ello sin precio político alguno. Lo que parece contar es cuán solemne es tu declaración de condena. En cuanto a reconocer a la ciudadanía vasca su condición de país, de nación y su capacidad para determinar el modo de relación con España, autonomista, confederal, etc., el mantenimiento del actual bloqueo y la persistencia de una ETA activa, a algunos empieza a parecerles el mal menor y una garantía de seguridad de que no se abrirá de nuevo un proceso que pudiera desembocar en una forma diferente de inserción en el Estado español. ¿Cuál podría ser nuestra contribución fuera del País Vasco a esta búsqueda de sensatez y racionalidad política? Sólo el reconocimiento de la condición plurinacional del Estado podrá dar paso a la deseable y posible convivencia pacífica. Volviendo a Kant, habla en su opúsculo de que la Naturaleza «quiere» las diferencias, que «si bien encierran siempre un germen de odio y un pretexto de guerras, con el aumento de la cultura y la paulatina aproximación de los hombres, unidos por principios comunes, conducen a inteligencias de paz, que no se fundan y afirman en el despotismo, en el cementerio de la libertad y en el quebrantamiento de las energías, sino en un equilibrio de la fuerzas activas, luchando en noble competencia».

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