Diario de León
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León

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CUARENTA AÑOS ya de historia común, la de los hermanos de San Juan de Dios y los leoneses. Un 12 de diciembre de 1968, gracias a la generosidad de dos mujeres, Angelita y Antonia Hevia Chaussadat, muchos asistieron al feliz nacimiento de un nuevo hospital referente de un trato distinto al enfermo en el que lo primero, lo prioritario y fundamental, es la persona que sufre y quienes le acompañan en momentos tan duros para todos. Hacía frío aquella mañana de hace cuatro décadas, también ayer, pues el sol limpio de nubes no conseguía levantar la gélida temperatura de estas tierras nuestras.

Pocos años de vida, si los comparamos con los casi cinco siglos de vida de la orden que nace gracias a uno de esos hombres sencillos que cambian la historia con su ejemplo y fuerza, por encima de mezquinos intereses. Se llamaba Juan Ciudad Duarte, aunque comenzó a ser conocido como Juan de Dios por sus obras. Vino al mundo en Montemos-o-Novo, Portugal, en un momento de cambio, 1495, cuando América abría sus puertas a portugueses y españoles, que volvíamos los ojos hacia el Atlántico cuando todavía quedaba mucho que solucionan en la vieja piel de toro.

Fue pastor, soldado, librero, pero no le marcaron los oficios, sino la pobreza que veía por las calles, la mezquindad en el trato al humilde, el desinterés de los poderosos, más preocupados en las grandes gestas o en sus patrimonios que en la supervivencia de quienes nada eran para ellos. No así para Juan de Dios, que veía personas en aquellos despojos hambrientos, enfermos, abandonados, viejos.

En Granada, con limosnas, trabajo y el afecto de muchas buenas gentes, arranca su obra hospitalaria bajo el lema «hermanos, haceos bien a vosotros mismos», pues nadie se ayuda más que aquel que convierte su existencia en servicio al prójimo. Su nueva forma de entender al enfermo con respeto y especial sensibilidad le convierte en pionero. Su ejemplo se extiende, como una mancha de bondad que impregna a todos en su sencillez hasta tocar los corazones de pobres y ricos, a lo largo y ancho de toda una vida de entrega total a los más desvalidos: los pobres y los enfermos. A comienzos de marzo de 1550 muere en la ciudad que se lo dio todo, Granada, dejando una herencia que será recogida por sus hijos, los hermanos de San Juan de Dios, congregación sancionada legalmente por los papas Pío V (1572) y Sixto V (1586). Pocos años después, en 1630, es proclamado santo. Patrón de los enfermos, de los hospitales, de los bomberos también, hasta de la ciudad nazarí.

Un largo camino que arriba a León en el año 1968 en forma de pequeño hospital de dos plantas y veintiocho camas que pronto, a comienzos de los setenta, suma más de doscientas y que no ha dejado de crecer. Por sus pasillos hemos transitado todos alguna vez y siempre hemos encontrado el mismo ejemplo en los herederos de Juan Dios: trata como te gustaría ser tratado. Con dignidad, respeto, profesionalidad y amor. Todo enfermo tiene derecho a la mejor atención posible, así lo enseñan ellos. Esa es la lección de estos cuarenta años de la orden en León, en España y en el mundo.

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