El lince

SEA O NO IBÉRICO el lince de la fotografía, la campaña contra el aborto ha conseguido el objetivo que cualquier buen publicista persigue: que se hable, aunque sea mal. Pero no creo que con eso sea suficiente para convencer a la clientela que no esté previamente convencida. Llevar el debate de la despenalización del aborto a las barricadas de una supuesta defensa de la vida no es un acierto: enfrente no hay nadie que esté en contra de la vida. No es ese el tema de discusión. Este es un debate jurídico en el que lo que se cuestiona es que si una mujer que toma la difícil y dolorosa decisión de abortar debe, además, ser castigada por ello. Una discusión que suena a vieja, a superada, a polémica resuelta en el siglo pasado, mayoritariamente asumida por los ciudadanos y también por un amplio espectro de los partidos políticos, incluidos los más conservadores, reservados en sus opiniones para no perder parte de su electorado pero remisos a dar batalla contra el indudable logro de despenalizar una práctica ya de por si suficientemente traumática como para ser reprimida policialmente. Reconozcamos que una organización que ha tenido la habilidad de resistir dos mil años los avatares de la historia tiene suficiente cintura como para saber lo que hace aunque nos sorprenda a veces con declaraciones tan irresponsables como las de su máximo mandatario con respecto al uso del preservativo en la prevención del sida: el concepto «dignidad humana» parece tener un valor relativo según se aplique a un feto apenas desarrollado o a un afectado por la más grave enfermedad que conoce el mundo. Afortunadamente, en el modelo de la democracia occidental, la ley de Dios, o de sus representantes en la tierra, no marca la vida de la sociedad, por más que se trasmita su discurso con técnicas de mercadotecnia tan imaginativas como la del lince.