Diario de León

AL TRASLUZ | EDUARDO AGUIRRE

Dos enigmas

León

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NUMEROSOS periódicos han publicado fotografías de gran tamaño de los ojos de Josef Fritzl, como si en ellos se encontrase la respuesta al jeroglífico de su maldad. Sin embargo, esos dos clavos azules son hoy sólo criptas hacia el vacío; ni dan respuestas, ni hacen preguntas. Mirada de muerto viviente. En cambio, hemos visto imágenes -“anteriores a su detención- en las que aparecía exultante, con un diminuto bañador y una carcajada diabólica. Rara vez un monstruo de su clase es atrapado vivo, pues lo más habitual es que sean descubiertos por casualidad, muchos años después de los hechos, cuando un derrumbamiento deja al descubierto un mar de huesos que había permanecido oculto. Mientras, en la cama de un hospital de la India, un hombre bueno permanece en coma. Los suyos son ojos repletos de amor, no lúgubres pasadizos a ninguna parte. No puedo escribir del llamado -œMonstruo de Amstetten- sin equilibrar la columna con la presencia luminosa de alguien como Vicente Ferrer. Dos formas antagónicas de anormalidad. El mal es oscuridad sin misterio; el verdadero enigma radica en el bien. Un día la conducta de Fritzl podrá ser explicada desde la psiquiatría, la criminología o a través de la carencia de un gen, pero ¿cómo explicar un comportamiento como el de Ferrer, su amor por los humildes, su solidaridad con quienes más sufren, su tesón en hacer posible lo imposible? Este idealista español cree que podemos cambiar el mundo; no acepta la miseria y el sufrimiento como leyes inamovibles. Para el siniestro carcelero, sólo existe el mal, la voz a la que es inútil resistirse. Ferrer proclama su fe en el cambio, Fritzl asume que nada puede ser cambiado. Son dos seres humanos. Dos enigmas. Pero el de Ferrer carece de respuesta; el de Fritzl, sí la tiene y es ramplona.

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