Golondrinas

LA GOLONDRINA, heraldo de la primavera, lleva un par de semanas con nosotros. Grupos vocingleros entran y salen de cuadras y casas de labranza, afanados a la caza de moscas y mosquitos. Lejos quedaron ya las chozas de barro y juncos de los poblados africanos, a la vera del Níger y el Senegal, donde pasaron el invierno sobrevolando la sabana etiópica.

Todas las culturas aprecian a este pájaro comensal. Para los católicos, el babero rojizo demuestra la bondad de la golondrina, teñida por la sangre de Jesús cuando se llevó en el pico la corona de espinas. Los chamanes de Siberia celebran la arribada golondrinera con la danza de las hojas, ataviados con ramas de abedul, tocando el tambor de piel de reno, eufonizados por la ingesta de la seta matamoscas. Los tuaregs del Sahara ven en la entrada de de la golondrina en sus jaimas, cansada por el vuelo migrador sobre el desierto, como un pronóstico de fertilidad familiar y de buen pasto para sus dromedarios, En nuestro medioevo, Juan Ruiz, el año 1330, escribe: -»fuese la golondrina a casa del cazador, fizo ally su nido cuando pudo mijor; como era gritadera e mucho gorjeadora, plúgo al cazador, que era madrugador». Aristóteles pensaba que la golondrina, para pasar el invierno, se enterraba en el barro de las ciénagas, emergiendo cuando el sol de primavera hacía croar a las ranas.

La población reproductora en Europa es muy copiosa, entre trece y treinta y tres millones de parejas anidantes según la estima de Birdlife. Su tendencia numérica es decreciente, afectada negativamente por el abandono de la ganadería extensiva, la transformación de prados y charcas en campos de cultivo, la falta de cuadras para nidificar y el uso masivo de insecticidas. En África, le vienen mal los años de invernada con penuria de lluvias, en los que sufren alta mortalidad.

Brotan las paleras, se preparan los papones, crotorean las cigüeñas, planea el milano negro y el vaivén de las golondrinas alegra la primavera.