Diario de León

A ESGAYA | EMILIO GANCEDO

Rotativa

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EMILIO GANCEDO
León

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RUIDO, NOCHE, olor a tinta. Grandes bobinas de papel. Va llegando la gente, uno a uno, hasta formar la acostumbrada estampa de cada jornada. De todas y cada una de las jornadas. Se cambian y se ponen el pertinente mono azul. Saludos, bromas. Ambiente de camaradería. Uno pega con celo en la pared el último chiste de Juárez. Otro comenta el partido del domingo mientras comprueba la máquina, que se va poniendo en marcha despacio y con cierta pereza, rumorosamente, como si fuera un animal doméstico grandote y obediente.

El espectáculo de la rotativa de un periódico funcionando a toda marcha es siempre fascinante e instructivo. Es de las pocas cosas reales, físicas, palpables, auténticas, en este tiempo de realidades virtuales en el que la comunicación se mide en píxeles y en caracteres, donde todo viaja a lomos del correo electrónico con las alforjas llenas de documentos, imágenes, vídeos, audios, niños dándose trompadas y lo que le eches. El bramido de los cuerpos girando, la visión de las columnas de papel empapándose suavemente con la tinta que cubre las planchas, la magia de la cuatricomía, la ciencia secreta de los líquidos y los cauchos, el perfecto engranaje de los rodillos es cosa de admirar por lo exacto, lo preciso y lo artesanal. Pasma la aparición súbita y continua de los periódicos, muy curiosines unos junto a otros, hechos de papel y tintes, de esfuerzo compartido por muchos, mestizo de diferentes técnicas y saberes.

Siempre me pareció que la rotativa tenía algo de ferroviario, con todos esos manómetros, indicadores, pitidos y silbidos. Manejarla, cuidarla, consolarla en sus achaques, ha venido siendo cometido de un grupo de profesionales fantásticos y de buen conversar que ahora han de marcharse algo más lejos. Personalmente lo sentiré. Echaré de menos los silbidos de nuestra vieja amiga, la tertulia improvisada en taller o redacción, el animado panorama de embuchadores y transportistas... No sé qué diantre ganaremos, pero perdemos humanidad.

Y oír a Honorio cantar.

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