Diario de León
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El rincón | manuel alcántara

El FBI estuvo en el funeral, si bien más intrigado que condolido. Se investiga la muerte del genio, pero todos los detectives saben que fue una consecuencia de su vida. Michael Jackson era el negr o que quería tener la epidermis blanca y una contradictoria nariz de estatua griega. Un ser humano descabalado que se convirtió en muñeco mecánico, pasando por la etapa de dálmata, pero además era Michael Jackson. Su presunta y cierta paidofilia, su infantilismo, su amistad con las drogas no le diferencian. Lo que le distingue es haber sido un portento de la música, pero esa acumulación de impulsos demenciales es más que suficiente para que su triste desaparición acapare más espacio que la de Vicente Ferrer. La gente tiene derecho a elegir sus mitos y sería mucho exigir que les escogiera entre los arquetipos de conducta moral. La leyenda, que es un territorio donde habitan los sueños colectivos, ha incorporado uno de sus más egregios fantasmas. Una especie de náufrago de sí mismo, lleno de oro y de fama y quizá también de desdicha. Etimológicamente la palabra leyenda, que se deriva del gerundio «legere», significa narración de sucesos fabulosos que se transmite por tradición. El espasmódico prodigio tiene asegurada una butaca de patio. Y más ahora, cuando se está buscando a su médico, que le curó todas sus dolencias anteriores y se sospecha que le facilitó la última.

El médico de cabecera que cuidaba de su cabeza loca se ha quitado de en medio. Medio mundo llora semifusas insurgentes y su amiga Liza Minelli anuncia que cuando se conozca la autopsia se armará la de Dios. La deuda del que fue clasificado como una máquina de hacer dinero se eleva a 360 millones de euros y la promotora de sus conciertos en Londres tiene problemas semejantes a los de nuestras más sonoras autonomías.

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