Diario de León
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Aquí y ahora | rafael torres

S i la joven Neda Aga, abatida por sicarios del poder en las calles de Teherán, es símbolo acusatorio del terrorismo de Estado, otra joven, Dalila Mimouni, lo es de un sistema sanitario infame y, desde luego, impropio de una nación desarrollada. Dalila Mimouni es la joven embarazada de 20 años que ha muerto en Madrid no tanto a causa de la nueva gripe como de la pésima atención que recibió en los servicios de urgencia de dos hospitales de esa comunidad. Imposible aplicar atenuante ninguno a la negligencia hospitalaria, pues la alarma, los síntomas y los protocolos de tratamiento relacionados con la pandemia son de dominio público y universal, tanto más para el personal sanitario, sólo cabe apuntar a la imparable miserabilización de la sanidad pública madrileña como muy probable causa principal, más que la gripe, de la muerte de la muchacha, que sólo gracias a su juventud y a su condición de atleta pudo resistir por tres veces y durante varios días la inepcia del sistema y, lamentablemente también, de los profesionales que, por serlo, debieron acreditarlo acertando el diagnóstico si no a la primera, a la segunda. Eso le hubiera salvado la vida, y Dalila, que no era un número para las estadísticas de la OMS, sino una chica joven que acababa de casarse y que esperaba un hijo (forzado a nacer por cesárea mientras su madre agonizaba), habría remontado la enfermedad como lo hacen, por fortuna, la mayoría de los afectados. Tal vez obró en su contra ser pobre y extranjera (no extranjera rica como Kaká o Cristiano Ronaldo) en una comunidad que no se distingue por su atención ni a los unos ni a los otros. Las mujeres, que representan la vida, la génesis misma de la vida, han venido a representar éstos días, dos de ellas, el ultraje a que les somete la injusticia. Nela y Dalila. Con éstas jóvenes, y por extensión natural con todos, se ha ensañado el infortunio. Pero no el infortunio casual, imprevisible, sino el que fabrican los hacedores y los dueños del mundo.

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