Diario de León
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Liturgia dominical

JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

El evangelio nos presenta un Jesús en movimiento. A su paso, Jesús mueve a otras personas; no deja nada ni a nadie en su sitio. «Pasar» es el verbo típico de la encarnación. Es Dios que no está en su sitio, en el cielo, sino que desciende al nivel del hombre para encontrarlo en su terreno y en sus trabajos. Frente a este paso de Dios el hombre no puede estar parado, como un simple espectador. Tiene que tomar una decisión y hacer una elección. Jesús no pasa nunca junto al hombre de una manera neutral. La llamada de los discípulos sucede en un escenario profano: el lago de Galilea. Y esto sintoniza con el esquema habitual de las llamadas que se narran en el Antiguo Testamento: Moisés es llamado mientras pastorea un rebaño; Gedeón está majando trigo en el lagar de su casa; David está cuidando las ovejas de su padre...

El hombre sólo puede ponerse en camino, después de que Dios comenzó a caminar por los caminos de los hombres. No somos nosotros los que salimos a la búsqueda de Dios; es Dios quien se pone a buscar al hombre. La vocación cristiana no es una conquista, sino un ser conquistado.

La respuesta a la iniciativa de Jesús se expresa también con un verbo «dejar». La decisión se manifiesta con un distanciamiento: de las redes, del oficio, de las cosas, de los lazos familiares, de un presente. Cristo debe ocupar el puesto de las cosas y de las personas. Se trata de dejarle espacio. No se deja por dejar. Se deja para seguir. Se deja para no estar más «encorvados sobre sí mismos», sino para salir fuera junto con él, para moverse detrás de él. Es necesario, por tanto, estar atentos para no poner el acento sólo en el «dejar». Discípulo no es uno que ha abandonado algo, sino uno que ha encontrado a alguien.

Los discípulos no están «llamados» a suscribir, esencialmente, una lista de verdades que hay que creer. Están llamados a «fiarse de una persona». Confiarse totalmente a esa persona, establecer un vínculo, una relación personal y vital con Cristo. «Os haré pescadores de hombres». El oficio de pescadores de peces lo conocen. El otro, no. Y, sin embargo, responden a la llamada, aunque no saben medir, concretamente, todas las consecuencias de este paso. Aceptan vivir una aventura de la que no valoran con precisión las dimensiones y los riesgos. Cristo no exhibe el elenco detallado de las propias exigencias, no dice lo que quiere y a dónde llevará esta postura. Pide una adhesión confiada a su persona. La fe así se presenta como antídoto del cálculo, de la prudencia humana, de la irresolución para comprometerse. Ten presente que fe no significa, principalmente, saber cosas, sino seguir a Cristo, convertirse a Él para vivir su misma vida.

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