Diario de León
Publicado por
PEDRO TRAPIELLO
León

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Como musulmán a la Meca, todo leonés ha de ir alguna vez en su vida a Covadonga (el 8 fue su fiesta) o al morir tardará tiempo su alma en alcanzar la gloria dando vueltas a la ermita de su pueblo donde la Virgen nunca fue patrona porque pusieron a san Roque a gobernar las devociones, la fiesta, los milagros... ¡y las limosnas!

Covadonga es la compostela de las Vírgenes. Allí se le perdona a la gente que en la iglesia de su pueblo no la tengan como a una reina. El lugar es naturaleza rotunda y grandiosa... ¡aquella gruta mágica!... ¡aquel chorrón de agua que reza en cascada como coro de beatas ruidosas!... ¡aquella umbría de arbolón haciendo túneles en la carretera!...

Covadonga, para uno de secano, es la Virgen del agua a borbotón (y la promesa de un mar que ya no queda lejos). Y para un crío fantasioso es un lugar de peña y hazaña, pues lo que realmente me interesó la primera vez que me llevaron allí de guaje era revivir in situ la masacre de moros que hicieron unos pocos cristianos con Pelayo dando voces y tirando piedránganos desde las alturas hasta lapidar a una desproporcionada multitud de guerreros sarracenos bien pertrechados y profesionales. Qué barbaridad, goleada milagrosa.

Escruté las cumbres y montañas que rodean el santuario y no fui capaz de imaginar ni el dónde ni el cómo de la fenomenal zarracina, aquella lluvia de rocas, la gigantesca carnicería. Se me hacía algo inverosímil entre esas montañas tan abiertas. En fin, que no lo veía. Esperaba algo como el desfiladero de Los Beyos (esa ratonera sí es inmejorablemente asesina). Pero seguí mucho tiempo dando por cierta y reparadora tanta mortandad mora en Covadonga, aquel comienzo reconquistador ¡aplastando! al árabe infiel, tal como nos lo contaba enardecido el señor maestro, un mutilado de guerra (leve, tenía un poco de metralla en un pómulo y mucha en las ideas), un maestro que sólo creía en Don Pelayo, en Franco y en la regla de tres... o a menudo, en la regla en los nudillos si soplaba del sur (también hay que decir que el maestro era de Cangas de Onís... y que cuando l’asturianu sal fachorru, ¡anda que nun ye temible también, fía!). Tiempo después supe que nos mentía como un bellaco... seguramente sin saberlo.

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