Diario de León
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León

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Liturgia dominical

JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

Nos encontramos con un evangelio que choca fuertemente con nuestra mentalidad: un empresario que contrata trabajadores y les paga a todos lo mismo, sin tener en cuenta el trabajo realizado. Nada debe extrañar que algunos de los jornaleros se indignen y preparen un alboroto para protestar. ¿Acaso no se trata de una flagrante injusticia? ¿Qué hubiéramos hecho nosotros en su lugar? Pero oigamos a la otra parte. Un denario solía ser el jornal mínimo vital para poder subsistir un hombre con su familia. El amo de la parábola da a todos lo suficiente para vivir, a los primeros porque se lo han ganado y a los segundos porque él es bueno. Por eso, a quienes protestan el amo contesta diciendo que él hace con su dinero lo que quiere y que si él es bueno no tienen por qué ser ellos envidiosos. Además, quienes protestan han recibido la cantidad comprometida.

El amo de la parábola es Dios nuestro Padre. Dios no quiere ser para con sus hijos una especie de amor, que establece con sus jornaleros unas relaciones de simple justicia. Dios quiere establecer unas relaciones fundadas en el amor y en la gracia. Por eso premia por encima de nuestros méritos y da a cada uno lo que necesita para la vida, para la vida eterna. Una moral de talante farisaico proyecta las relaciones mercantiles humanas al ámbito de las relaciones con Dios y da paso a unos criterios según los cuales lo que cuenta es atesorar méritos para pasarle a Dios la factura. Una moral así no puede comprender la bondad de Dios que nos sorprende siempre con la gratuidad de su amor. Dios no comete ninguna injusticia sino que, llevado de su bondad, actúa desbordando la justicia con una gracia inesperada. No se comporta trasgrediendo la justicia tal como la entienden los hombres, sino actuando muy por encima. Por eso da a cada uno un denario, lo necesario para la vida eterna, que de eso se trata. Da a todos lo que nadie puede merecer en absoluto. Y espera de todos únicamente que hagan ni más ni menos lo que pueden hacer, con alegría y generosidad, sin tasar con malos ojos el trabajo de los demás. Porque sólo esto, hacer lo que podemos, es suficiente para entrar en el reino.

La segunda lectura nos confirma lo dicho. ¿En qué consiste para San Pablo la mejor imitación de la bondad de Dios? Mientras que los hombres desean tener una larga vida, él, por el contrario, querría morir para estar con Cristo. Pero, más allá de este deseo ardiente, reconoce que Dios debe querar que Pablo permanezca en esta vida por el bien de la comunidad. Él no elige, sino que deja a Dios elegir lo mejor. Lo mejor no está, como muchos piensan, en el aumento constante de las buenas obras y del compromiso apostólico, sino únicamente en la realización de la voluntad de Dios, cuyos planes están tan por encima de las aspiraciones y deseos humanos. Del mismo modo los pensamientos del propietario de la viña son muy superiores a los de los obreros que trabajan en ella poco o mucho; en todo caso, estos pensamientos son los mejores para cada hombre y con ello también los más llenos de gracia.

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