Diario de León
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Liturgia dominical

JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

Aparece en este domingo de Adviento la figura de Juan el Bautista, uno de los grandes personajes de este ciclo litúrgico. De él nos dice San Agustín: «Antes de Juan Bautista hubo profetas; hubo muchos, grandes y santos, dignos y llenos de Dios, anunciadores del Salvador y testigos de la verdad. Pero de ninguno de ellos pudo decirse lo que se afirmó de Juan: Entre los nacidos de mujer, no ha habido ninguno mayor que Juan Bautista Era tan grande que hasta podía pasar por ser Cristo. Juan pudo abusar del error de los hombres y, sin fatiga, convencerles de que él era el Cristo, cosa que ya habían pensado algunos sin que él lo hubiese dicho. No tenía necesidad de sembrar el error, le bastaba con confirmarlo. Pero él, amigo de Jesús, da testimonio a favor del amigo y confía la esposa al auténtico esposo. Para ser amado en él, aborreció el ser amado en lugar de él Juan vio a Cristo cuando ya predicaba a la orilla del Jordán. Allí decía: Preparad el camino al Señor, enderezad sus senderos».

Con ello hoy se nos recuerda que la espera del Adviento no es una actitud pasiva y conformista. Es la espera enérgica del que camina ya hacia la persona que viene. Si la consigna del domingo pasado se resumía en la palabra «vigilad», la de hoy es «convertíos». Convertirse a Cristo Jesús significa volverse más claramente a él, aceptar sus criterios de vida, acoger su evangelio y su mentalidad en nuestra vida. Preparar el camino, allanar senderos, enderezar lo torcido. Y hacer que nuestra historia se aproxime un poco más al horizonte que nos señala san Pedro: «Un cielo nuevo y una tierra nueva en que habita la justicia».

¿Cambiaremos en esta Navidad? ¿Se notará que creemos de veras en Cristo como la respuesta de Dios, como el criterio absoluto, con su mentalidad y sus actitudes vitales? La segunda lectura afirma: «Mientras esperáis, procurad que Dios os encuentre en paz con El, inmaculados e irreprochables». Celebrar el Adviento es algo bastante más profundo que preparar solo el ambiente festivo navideño. Si nuestros caminos siguen torcidos, es que no entramos en la gracia de la Navidad. Y cada uno sabe qué hay de torcido en su vida: en la relación con Dios, en el trato con el prójimo, en el cumplimiento de los propios deberes. Cristo viene a nosotros. Nosotros debemos ir a Cristo. ¿Es imposible? Si nos fiamos de nuestras fuerzas, sí. Pero «viene uno que puede más que yo», y es su gracia la que nos envuelve y apoya. Empezando por que cada Eucaristía es Navidad repetida para nuestra vida y alimento para el camino. Muchos de los que vieron a Juan conocieron a Jesús. La gran pregunta que podemos hacernos en estos días es cuántos de los que nos conozcan descubrirán a Jesús. Porque ese, y no otro, es el sentido de la Navidad que se anuncia.

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