Diario de León

Gente de aquí | Comerciantes con historia

Y tras 61 años, escampó

Industrial Paragüera, uno de los comercios más longevos de la ciudad, cierra sus puertas después de más de un millón de paraguas vendidos.

Ernesto y su mujer cerraron ayer por última vez las puertas de su paragüería en Gran Vía de San Marcos.

Ernesto y su mujer cerraron ayer por última vez las puertas de su paragüería en Gran Vía de San Marcos.

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álvaro caballero | león
León

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El único negocio de León al que «le llovían los duros del cielo» vio ayer cómo escampaba la tormenta después de 61 años de chaparrones. Industrial Paragüera plegó sus varillas después de más de un millón de paraguas vendidos desde que Ernesto Albendea abriera la tiendina en 1953, junto con el taller de fabricación de la avenida de Roma, hasta que ayer la cerró su nieto con apenas cuatro abanicos de novia como única existencia en el escaparate. Una vida familiar entera bajo la que se han cobijado generaciones de leoneses que «empezaron a venir con sus abuelos y ahora ya traían a sus nietos», como resumía ayer el veterano comerciante, quien se hizo cargo del negocio en 1983, cuando su abuela Trinidad Camacho entendió que a los 80 años había llegado la hora de jubilarse.

El secreto de uno de los comercios más añejos de la ciudad se escondía en «la calidad, el servicio y el conocimiento del producto», señala Ernesto, que admite que, pese a «la invasión de los paraguas chinos y aunque ha habido años malos, las ventas se han mantenido gracias a una clientela fiel que aunque viviera fuera esperaba a volver para comprar». «Ya lo decía la gente: si quieres uno que no se rompa, vete a la paragüera», reseña su mujer, María José Sordo, que recuerda que en los días de temporal «se podían llegar a tirar hasta 20 paraguas, pero ninguno de los que se vendía aquí». Un negocio próspero que no tiene continuidad familiar en «dos hijas que trabajan de lo suyo», ni posibilidad de un traspaso al que «no hay derecho porque ya se hizo la tercera subrogación». «Todavía no me he hecho a la idea, me parece que mañana voy a venir a abrir», concede, mientras atiende a María Ángeles Gutiérrez, quien se empeña en que no le regalen el último de los paraguas. «Yo quiero tener un recuerdo y lo quiero pagar», insiste.

Atrás quedan los esfuerzos que comenzó el abuelo, quien también tuvo fábrica de pastas de sopa, almacén de coloniales y que fundó el mítico bar Cantábrico, y una filosofía en la que los inviernos se tapaban con los paraguas y los veranos «con mil abanicos vendidos». «Yo me mojaba y era satisfacción», concede más de seis décadas después de que siempre haya llovido a su gusto.

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