Diario de León

LA AGONÍA DE UNA FAMILIA

¿A prisión por robar una bici?

Adrián Manuel Moreno fue condenado a seis meses de cárcel por hurtar una bici del servicio público de Sevilla en el 2008

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JULIA CAMACHO / SEVILLA
León

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La historia de Adrián Manuel Moreno es neorrealismo del siglo XXI en estado puro. Una historia que comienza justo con el final de la película de Visconti: dos amigos que esperan el autobús una noche de copas y, cuentan, ven una bici del servicio público de alquiler sin custodiar. La cogen sin pensar en otra cosa más allá de acelerar el regreso a casa. Pero la Guardia Civil les sorprende y les detiene.

Eso ocurrió en junio del 2008, y ahora el joven de 27 años está pendiente de que un indulto que le evite pasar seis meses de cárcel, porque desde entonces ha cometido otros pequeños delitos que obligan a ejecutar esta condena. “No es justo, hay políticos robando y ninguno va a la cárcel, y yo que no he matado a nadie, en cambio…”, apunta. “Parece que hemos vuelto a la época de Franco con El Lute y las gallinas”.

Desde octubre del 2015 confiesa vivir con un pellizco permanente en el estómago. Fue la fecha en que recibió la notificación de que debía presentarse en la cárcel. Valme, su novia y madre de sus dos hijos, fue quien abrió la carta. “Me quedé helada, y más cuando nos enteramos de los motivos, ¡haber robado una bicicleta en el 2008!”. La extrañeza cundió en la familia, aunque se convencieron de que por un delito de tan poca entidad no habría problema. El temor no era solo la entrada de Adrián en la cárcel, sino la falta de sustento: su sueldo de camarero es el único que entra en casa, y apenas da para cubrir los gastos de los pequeños.

“Si él se va a prisión, cómo voy a pagar los pañales, la comida, la ropa, las cosas de los niños…”, enumera la joven de 26 años sentada en la puerta de casa de sus padres, donde han tenido que volver buscando refugio para ahorrar lo máximo. Una vez que los abuelos hayan salido, Adrián explicará que sus suegros están parados, y que se mantienen gracias al sueldo de limpiadora de su cuñada. También su propio hermano está parado, y su madre cobra 600 euros con los que contribuye en lo que puede. “El mundo que tenemos se viene abajo si falto”.

En el pequeño patio delantero de la vivienda donde charlan Valme y Adrián cuelgan los juguetes de los niños. A su alrededor juguetea un niño rubio de tres años, Ángel, que solo acierta a quitarse el chupete para desvelar que “papi sale feo en la tele” o para mostrar un desvencijado muñeco de superhéroe. La pequeña Alba cumplió un año el mismo día que Adrián conoció que no tenía que entrar en la cárcel y que le daban una prórroga de tres meses mientras se gestiona el indulto. No había tiempo de celebración porque ese día su padre en principio no iba a estar, como tampoco iba a estar en el restaurante mexicano donde trabaja y que le ha tenido que incluir de nuevo en el planillo para las fiestas tras conocer que, de momento, sigue en libertad tras concedérsele una prórroga hasta junio por si el Gobierno finalmente concede el indulto.

Sus jefes le apoyan y además de defenderlo públicamente, se han comprometido a guardarle el puesto si finalmente entra en prisión. “Está grabado por las televisiones, no se podrán echar atrás, ¿no?”, inquiere temerosa ella. También la empresa de bicicletas, Sevici, e incluso el Ayuntamiento de Sevilla, le han mostrado su apoyo y respaldan la concesión del indulto. “Si hace falta, les compro una bici nueva”, ha ofrecido en varias ocasiones, lamentando no obstante que “hay muchas que se tiran al río, que están abandonadas por ahí y voy a ser el único el que pague por todas las bicicletas de la ciudad”.

“Esto no es forma de vivir”, resume Adrián el doble sufrimiento, “que se decidan ya, si hace falta entro en la cárcel ahora mismo y se acabó, pero que no me tengan más con esta indecisión”. El día que debía entrar en prisión, antes de conocer la prórroga, fue una auténtica tortura. “Estaba desquiciado, me fui al campo a cazar lagartos, coger huevos…cualquier cosa menos quedarme aquí dándole vueltas a la cabeza”. Cuenta que su abogado ofreció al juzgado fórmulas como el pago de multa, la sustitución por trabajo comunitario e incluso unrégimen de semilibertad durmiendo en el penal. No hubo acuerdo. “Tengo grabado el nombre de la jueza, ahora, el día que todo esto se acabe, monto una barbacoa y la invito a cerveza”, bromea.

PLANES DE FUTURO PARALIZADOS

Ese es uno de los pocos planes a futuro que esta pareja se permite. A Valme le gustaría hacer un curso de maquillaje para cadáveres porque, dice, “me cuentan que eso da dinero”. Y mira extrañada cuando se le pregunta acerca de qué le gustaría hacer por vocación, simplemente porque le guste. Apenas se permite soñar. “No lo había pensado nunca…”. Quedó en paro hace cuatro años, cuando terminó un módulo de jardinera al que se apuntó porque las prácticas eran remuneradas y quedó embarazada..

Lo mismo le sucede a Adrián. Le gustaba el Ejército, pasó las pruebas y el mismo día que se disponía a ingresar en la academia militar decidió que eso no era lo suyo y prefería las fiestas y “las niñas”. Y cambió la disciplina por un módulo de FP de soldadura. Con la crisis se quedó desempleado hasta que hace poco más de dos años encontró empleo de camarero.

DEFIENDE SU INOCENCIA

Él defiende su inocencia e insiste en que aquella noche no robó al bici. “Mi amigo desapareció unos segundos y vino a buscarme con la bici, que ya había sido robada”, rememora. "Yo, lo único que hice, fue montarme en la cesta hasta que nos encontramos con la Guardia Civil”, continúa. Aunque su amigo le exculpó de todo, en el juicio le condenarían por haber coaccionado a su amigo, entonces menor de edad. “Cómo pueden pensar que yo le amenazaba, si era un armario empotrado de grande”…

Reconoce que cometió lo que define como “chiquillerías” y que tiene que pagar su culpa, pero no quiere que sea a costa de la vida de sus niños. “Mi padre nos abandonó cuando yo era chico, y yo no voy a hacer pasar a mis hijos por eso”. A las noches dando vueltas acerca de lo que se puede encontrar en prisión añade el qué pensarán sus hijos. “Que les cuenten que estoy trabajando fuera, pero que no me vean entre barrotes”, pide, para apuntar que él todavía recuerda las discusiones entre sus padres antes de la separación. “Ya estoy pagando mi pena, y más de lo que corresponde”, concluye.

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