Diario de León
Publicado por
pEDRO TRAPIELLO
León

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Mary Beard es una británica de exquisita sencillez y de preclara hondura cuyo nombre no dice nada a una inmensa mayoría de los españoles, pese a estar días atrás muy insistido tras ganar uno de los ocho premios Princesa de Asturias, el de ciencias sociales. Su pasión es el mundo antiguo, la historia, Roma en especial, porque de la cultura griega y romana está hecha el alma del viejo continente y del mundo occidental y escritas ahí, si no respuestas a nuestros problemas, sí claves y consideraciones para entender lo que somos y nos pasa. Por eso del mundo romano le ha interesado, más que la política de emperadores o hazañas militares de sus generales, la vida del pueblo llano, la historia cotidiana de una gente que estableció el mayor imperio que conoció la historia.

De sus extensas declaraciones a los medios en estos días recojo dos conceptos que se proponen muy sugerentes para entender lo que hoy nos ocurre y desasociega: las fronteras y los dioses (emigraciones trágicas, nacionalismos excluyentes y separatistas, islamismos furiosos). Beard sostiene que la grandeza de Roma se sustanció en que su imperio dio cabida a muchos dioses y, a la vez, suprimió fronteras al conceder a todos sus súbditos adscritos o conquistados la ciudadanía, un status jurídico que consagraba unos derechos civiles que solidificaron su noción de estado e imperio. Quiere decirse que aquellos astures nuestros de Oterico, Golpejar o Cacabelos alcanzaron con lo romano una titularidad ciudadana que por sí mismos no hubieran logrado ni en quince siglos en los que se hubieran perpetuado sus guerras tribales y fronteras, al igual que su libertad de dioses y religiones concilió en esta tierra el culto a Júpiter, Diana, Serapis o Jesús sin mayor sangre.

Hay que indagar en la extensa y amena obra de Mary Beard cómo el declive y descomposición del imperio romano se inicia cuando un emperador, Constantino, decreta la existencia de un solo dios imponiéndolo a espadazos... y si esa torpeza será la que finalmente acabe disolviendo el imperialismo que acuna las obsesiones del yihadista.

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