Diario de León

El baile del ahorcado

Inclusión

León

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Llevamos años hablando de la normalización, de la integración y, sin embargo, en España seguimos separando a los niños como hacían hasta los años sesenta en Estados Unidos con los baños por colores. Mientras tratamos de cambiar la realidad desahuciando palabras del diccionario, seguimos con las mismas taras de conducta. Hemos pasado de decir tullido a incorporar minusválido, que tampoco nos valía. Así que pasamos a decir discapacitado, que es un sinónimo que resulta más correcto y, ahora, hablamos de capacidades múltiples. Las palabras importan, pero aunque las cambiemos, los significados seguirán existiendo, y lo harán porque la mayoría adopta usos pero no se preocupa por conocer la realidad. La mayoría desconoce de qué habla cuando habla de discapacidad y lo hace con la premisa de dos principios básicos (la corrección o la falta de respeto) que parecen excluyentes pero que parten de la misma raíz: el prejuicio. Porque, aunque nos empeñemos, un sordo es una persona con problemas de audición, un ciego tiene la capacidad visual mermada, a veces totalmente y de manera irremediable, y un parapléjico no corre a la velocidad de Usain Bolt. Y esto, en realidad, no quiere decir gran cosa. Desconozco las capacidades intelectuales del jamaicano, pero estoy segura de que no son las de Stephen Hawking. Y ser brillante tampoco tiene por qué ver demasiado con la felicidad. Esto, que no es más que la realidad, se ha convertido en filosofía punk en una sociedad blandita que lo único que hace es esconderse para no pensar, una manera como cualquier otra de librarse de responsabilidades. Antes, a los discapacitados se les escondía en casa. Ahora, se crean centros especiales para ellos, guetos, lugares que sólo sirven para que las etiquetas y, por lo tanto las actitudes, se perpetúen. La inclusión educativa fue una de las primeras víctimas de la crisis, una inmoralidad, una de tantas, total… Ahí está el primer deber del Defensor del discapacitado. Las actitudes no se cambian, se forjan desde que nacemos, las aprendemos, como los prejuicios. Puede que eso sea lo que quieren.

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