Lo falso es bueno

Quedó claro hace milenios que la falsificación es el principal trabajo del hombre... y de la mujer. Sólo cuando se aprendió a engañar disparó su crecimiento la inteligencia humana y el cerebro. Por eso las apariencias nos importan tanto.

Las grandes marcas protestan a menudo por los falsificadores que les roban millonadas a sus negocios, pero Sócrates nos convence: es protesta de boca chica, qué lagartos, de hecho están encantadísimos con la profusión global de manteros y rastros donde el pobre paleto se convierte en chulo pudiente por comprarse un peluco de burda imitación. Toda esa falsedad comercial que rula por el mundo les es muy rentable a las marcas quejicas por razones dos... una: jamás pierden negocio, ni un ápice; quien compra una falsificación es porque no alcanza a tener un original o ni lo sueña, pero lo comprará en cuanto se lo permita su cartera, así que gracias a la falsificación la gran marca tiene garantizado un nuevo cliente de fidelidad perpetua... y dos: difunde la marca fortaleciendo su imagen poderosa y haciéndola aún más codiciable para el consumidor obseso, con lo que la falsedad se convierte en una gigantesca y gratuita campaña propagandística con la publicidad más persuasiva además, la del boca a boca y el lucimiento que excita envidias, campaña que les arruinaría si tuvieran que pagarla.

Conclusión: lo falso es bueno para el negocio lo mismo que la notica falsa o propagandista es también buena para la industria informativa, especialmente en este tiempo en el que la información se entremezcla sin diferenciarse con la publicidad o el reportaje pagado. Nos hemos acostumbrado, por ejemplo, a que el presentador de un telediario concluya una información y, acto seguido y sin cortinilla de separación, se ponga a convencernos de las bondades de tal producto o cual oferta dándole así carácter de noticia seria y, por ello, de verdad incontestable. El engaño ya es legal. Y la información falsa será siempre más bonita, más vendible y esperada por un consumidor que sólo espera que la realidad se adapte a sus intereses (o se la adapten).