Diario de León
Publicado por
GARCÍA TRAPIELLO
León

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Cuando brindamos, confiamos, pero el brindis, chin-chín, nació del miedo, padre de tantos avances (y retrocesos), y de la desconfianza, madre de los supervivientes («fíate de la Virgen y no corras»).

En la antigua Roma patricia era frecuente envenenar al enemigo político o al pariente indeseable y nada mejor que hacerlo en un banquete o fiesta. Pero para alejar ese miedo tan justificado se le ocurrió a un invitado receloso hacer chocar un día su copa con la del anfitrión -y después fue costumbre- para que en el brusco encuentro cayera algo de su vino o licor en la otra copa antes de obligarse a beber juntos... por si acaso se le había ocurrido emponzoñar la bebida (¡fíate del jefe y no bebas!)... de ahí viene.

Dice Peláez que saludar dándose la mano tiene origen similar por ser también costumbre universal nacida del miedo al otro o al desconocido, a quien se le tendía la mano derecha esperando que él hiciera lo mismo; así se garantizaba que, sujetándose sus diestras, no habría posibilidad de llevarlas a traición a la garrota o la espada... de modo que si el apretón de manos se prolongaba, no era necesariamente afecto, sino fe mala o poca... y también dice que un apretón de manos mide la falsura o el estilo de la gente; y que hoy sobran saludos de mano desmayada o de sólo tres deditos; y que lamenta que ya nadie salude con el viejo ¡choca esas cinco! porque hay déficit de franqueza y alegría.

Toda esta conveniencia social (pura política) la rehuía aquel viejo paisano de Ardón que daba la mano (y apretando) sólo si había que cerrar un trato o dar el pésame; en el resto de casos rehusaba higiénicamente diciéndose «¿a dónde habrá llevado esa mano últimamente, a los gitanales o al culo?, porque al menos los moros se lo limpian sólo con la izquierda»... y otro tanto reservaba para los brindis, jamás brindaba, que no, y terco, ni siquiera aquella Navidad en que los nietos le conminaban a brindar una y otra vez hasta exasperarse y exigirle las razones que tenía para el no, a lo que el abuelo contestó tajante y sabio: «porque juntos sólo beben los bueyes».

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