Diario de León
Publicado por
Liturgia dominical Jesús Ortega Miguel Martín
León

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C uando el criterio ético se desvanece y claudicamos al imperio de lo subjetivo y lo superficial, vivimos el espejismo de una falsa libertad. Asistimos con frecuencia al doloroso espectáculo de quienes, bajo la bandera de la libertad, esconden todo tipo de ataduras que mancillan su dignidad.

En una sociedad cargada de prejuicios y de espejismos necesitamos pasar de la atención permanente en la exterioridad a fijar nuestra atención en el interior, allí donde el ser humano encuentra lo más valioso de sí mismo. A este cambio de perspectiva estamos llamados en el tiempo de Cuaresma.

El evangelio de este domingo nos sitúa en el desierto, lugar donde no sirve de nada lo superfluo; donde la geografía y el silencio invitan a interiorizar, a buscar lo esencial en el corazón y a abrirse a la trascendencia. Esta experiencia la vivió Jesús de Nazaret, impulsado por el Espíritu Santo; y allí fue tentado.

Alguien podrá pensar que eso de ser tentado es de otro tiempo, o se trata de una cuestión aparente y exterior, fruto de la presión social o religiosa. No; la tentación afecta al centro más profundo de nosotros mismos, porque toca de igual manera la realidad personal y la relación con Dios. Devaluamos nuestra vida y la deshumanizamos, si eliminamos en ella la pregunta por el sentido. Ser tentados es entrar en crisis; es encrucijada; es ejercicio de libertar para superar la tentación eligiendo la mejor opción: sucumbir a la tentación es falsear la propia identidad personal y, consiguientemente, empobrecernos como personas y desdibujar nuestra identidad de hijos e hijas de Dios.

Cuando rezamos la oración que Jesús nos enseñó, no pedimos «no ser tentados», sino que «no nos deje caer en la tentación». Recuperar el sentido ético y, más aún, la trascendencia religiosa de nuestra vida, resulta necesario para quien, superando prejuicios y justificaciones vanas, emprende el camino que conduce a la plenitud. Quien tiene alas para volar que vuele.

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