Diario de León
Publicado por
Liturgia dominical Antonio Trobajo Díaz
León

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S eguramente conocemos a alguien que piensa que la fe religiosa es algo propio de niños, que ser creyente es un engaño que nos saca de penurias y problemas, y que, en el fondo, Dios o es un antagonista del hombre o es quien estropea la fiesta de nuestra libertad. Hasta puede ocurrir que en ocasiones nosotros mismos, los cristianos, no andamos muy lejos de estos criterios, que pueden tener su origen en una idea equivocada o incompleta de Dios, nacida de una mala interpretación de la Biblia, o en una deficiente catequesis familiar.

Las lecturas de este domingo nos ayudan a desmontar estas opiniones. Veamos. La casa familiar de Abraham nada en la abundancia material y goza de un admirable sentido de la hospitalidad, pero vive en un estado de melancolía prolongada porque el hijo de la promesa no acaba de llegar; pero un buen día la mano de Dios pasa sobre aquel hogar y abre camino al hijo de la esperanza y de la felicidad, que sólo podrá llamarse Isaac, «Dios nos sonríe» (I Lectura).

En otro hogar, la casa de Betania, se respira gozo y paz, sin que falten las tensiones entre quienes se aman, como Marta y María («que si tú…, que si yo…»). Los comentaristas ven en ella la Casa de la Felicidad. Allí el centro es Jesús, nuestro Descanso y nuestra Paz, que sólo pide le escuchemos sin ruidos ni agobios; ahí está el cimiento de la nueva condición de «ser discípulo» (Evangelio).

Este estado de bienestar no es exclusivo de nadie. Nace y está en Cristo, esperanzada manifestación («la gloria») de Dios para con nosotros. Una Buena Noticia impensable que nos llega por boca («ministerio») del hombre sufriente, esforzado y fecundo en recursos, que fue Pablo de Tarso. Su objetivo era que todos llegáramos a ser «perfectos en Cristo» (II Lectura), es decir, a vivir ya con la honradez interna y externa como patrimonio natural (Salmo). En definitiva, ocurrirá que, donde dejemos que Dios tenga su sitio, allí estará la Casa de la Felicidad humana.

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