Diario de León

Cornada de lobo

¿Piquito o comisura?

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León

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Érase una vez que, tras una velada literaria y filandera en la Ule (la Universidad; no confundir con hule, que también), acabamos cenando una docena de ellos en buen acomodo, nutritiva charla y con la sonrisa saltando por libre en una gran mesa redonda; y redonda la sobremesa. Comensales de excepción: Luis Mateo, Pereira, Merino, Paco Flecha, Paco Sosa, Justo Oblanca y el profesor Balcels, algunas propias y dos invitadas no emparejadas que habían venido a participar en un seminario celebrado en otra facultad, y venían de Barcelona, creo, aunque una de ellas era mallorquina, como una confitería que había aquí. Recuerdo pocas cenas tan distendidas y amenas; aquel cesto tenía muy buenos mimbres. Derrotó la conversación por todas las ramas que nacen de un buen tronco y los minutos volaban como vencejos. De todo hubo para vestirlo de palabras. Y bueno. La agudeza y la facundia de los caballeros de aquella tabla eran crédito sobrado y hasta lamenté que el público que asistió a la velada literaria no pudiera escuchar este magnífico y privado colofón, pues derramaba sustancia aún más destilada. Todo iba muy bien, pero ajusticiados los postres y zambulléndonos en el café, justo cuando la conversación se animaba pisándose frases, una de las catalanas reclamó la atención y se explicó: nosotras, si a ustedes no les importa, quisiéramos recitar un poema. Nos quedamos como estrangulados de gañote por tragar la cucharilla. Cielo santo, ¡eran poetisas! Adelante, adelante, farfullamos con el justo entusiasmo de estos trances. Y allá vertió su cascada de rima coja una de ellas. Sin papeles. La sabía de memoria. ¿La recitaría en todas sus cenas?... Aplausos. Agradecimos la relativa brevedad del salto. Temíamos un romance de gesta. Y después, la otra. Otros versos. Y una vez que concluyó, Pereira, que está sobrado de nobleza (es la pluma que mejor enhebra ingenio, bondad e ironía), le espetó sin anestesia una enigmática pregunta: «Ya, pero ¿tú que prefieres, piquito o comisura?...» La poetisa hizo glup, tragó el renacuajo y esbozó risa desconcertada. Luis Mateo -con los demás- se estacionó en la carcajada. Estaba en la clave. Nunca aclaró bien lo de ¿piquito o comisura? He de preguntárselo de nuevo.

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