Diario de León
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León

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josé enrique martínez

Hay poetas que rigen sus versos por pautas más o menos tradicionales; en otros el ritmo responde a impulsos dispares, a la respiración o a una sintaxis prosaica o entrecortada. Los poemas de Cingla siguen la norma endecasilábica como garantía del flujo rítmico. El autor de Cingla es Constantino Molina, que se dio a conocer con Las ramas del azar, premio Adonáis en 2014. El ámbito rural albaceteño de origen deja numerosos ecos en su poesía.

A la palabra Cingla, ausente de los diccionarios, alude uno de los poemas: «No sabe la Academia / de la materia inerte de la cingla / ni del almendro blanco de febrero / que en su dureza asienta / el brío de su flor». La cingla es, pues, terreno rocoso en una de cuyas grietas asentó el árbol su pujanza, imagen de constancia y empeño vital al que se ajusta la palabra de Molina en su afán de dar cuenta del «significado sensitivo del mundo», en palabras de Valle Inclán que el poeta cita. Molina no pretende expresar grandes verdades, sino la idea de «estar conforme / con lo que se hace entrega voluntaria», sin renunciar al latido personal, tanto sobre el dolor como sobre la alegría de vivir o que se sobrecoge ante «el vacío de la nada».

Lo importante es el sello personal de su poesía, distante de mucha de la que hoy en día se publica. Las cosas materiales son las que parecen impulsarla: una carretera secundaria sin interés, pero que conduce «al canto principal de mi alegría»; el trino de un pájaro diminuto, «secreto altavoz de la belleza», que será «materia de un clamor contra la nada»; los arados pintados por el padre que «araban el terruño / como surcan mis versos el papel», sutil alusión a la etimología de «verso», que originariamente significaba «surco que da la vuelta».

Quizá solo quien haya vivido en el entorno rural pueda cantar como lo hace Molina, con la fruición de lo natural que lo emparenta con Don de la ebriedad de Claudio Rodríguez. De ahí proviene acaso su aversión a las entelequias del pensamiento, sea filosófico, lingüístico o literario: «Ya duermen los filósofos, amada... / Dejemos que los cuerpos canten solos»; a la vendimia va «para librarme / del tostón discursivo de un filólogo... / y de los carcamales del parnaso»; y de los filólogos y lingüistas dirá que «es gente inteligente / que en la vida ni está ni se la espera». Lo que importa es vivir, no adornar la vida con teorías. Posible conclusión: «Yo no sé qué es la vida, / pero la estoy viviendo».

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