Diario de León

La llama que en silencio me devora

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León

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josé enrique martínez

A lo largo de los siglos, la poesía ha ido reflejando las grandes preocupaciones de los hombres, que esencialmente viene a reducirse a media docena de temas: el paso del tiempo, la naturaleza, la muerte, la soledad, lo religioso... y el amor. Con las variaciones propias de cada momento, son los asuntos que han nutrido las creaciones artísticas hasta nuestros días, y entre ellas la poesía. Conozco estudios y antologías sobre aquellos u otros temas cercanos; recuerdo a vuela pluma La soledad en la poesía española, de Karl Vossler, La muerte en la poesía española, de Díaz Plaja, El poeta y la ciudad, de Dionisio Cañas o La montaña en la poesía española, antología elaborada por Miguel d’Ors. Sobre el amor en concreto existen las más variadas compilaciones, entre las que cabe citar Poemas de amor hispanoamericanos, de Mario Benedetti. Data su primera edición de 1969, en La Habana, y la segunda de 1996, en Montevideo, con adiciones de nuevos poetas y poemas. Se publica ahora en España, donde hemos asimilado los lamentos pastoriles de Garcilaso, las experiencias de Lope, el «desgarrón afectivo» de Quevedo, los melindres de Meléndez Valdés o la resumida intensidad de Bécquer. Y de la poesía hispanoamericana cómo no citar, por ejemplo, los Veinte poemas de amor y una canción desesperada de Neruda o las indispensables voces femeninas Alfonsina Storni, Delmira Agustini, Idea Vilariño, Ida Vitale, Claribel Alegría, Carilda Oliver, Alejandra Pizarnik, Nancy Morejón y Gioconda Belli entre otras. Todas ellas están representadas en la antología de Benedetti, que comprende más de un centenar de poetas, encabezados por la palabra de sor Juana Inés de la Cruz, exponente excelsa del feminismo avant la lettre y sabia y poeta más que santa.

El famoso soneto de Lope que comienza «desmayarse, atreverse, estar furioso» compendia buena parte de los sentimientos y efectos del amor, y todos ellos, como poco, reaparecen en la antología, en la que inevitablemente se reelaboran viejos tópicos como la belleza de la amada, en ocasiones con hipérboles estridentes: «eres más hermosa que el relincho de un potro en la montaña» o «besaré tus hombros construidos y frágiles como la ciudad de Florencia». Leídos los poemas, no me importaría destacar los de los chilenos Gonzalo Rojas y Enrique Lhin, a la vez que otro poeta del mismo país, Pablo Neruda, compone los más apasionados y vigorosos poemas sobre «la llama que en silencio me devora» en expresión de otro poeta.

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