Diario de León

Cornada de lobo

Entre curillas y curánganos

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León

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Curas de pueblo, de piso o de claustro he conocido a bastantes. Y como esta de párrocos y frailes sí que es una viña del Señor en toda regla, pues hay de todo: curillas, curones de misa y olla, curánganos y curas de pieza entera, curas grandes en saber, bondad y llaneza, buenos tipos, pero pocos, la misma escasez de gente buena y brillante que se acusa en toda profesión u oficio, desde los ingenieros de caminos o consignatarios de buques hasta el colectivo de las tres pes, putas, polis y periodistas... Los que más me interesan y conmueven son los curas de pueblo, del viejo arcipreste de boina al bies y tabardo sobre sotana al curita estrenado y entregado con ardor pastoral a crear un coro parroquial con las doncellas del lugar y dos guitarras. Pero ahora ya no hay curas de pueblo ni la gran mayoría de pueblos tiene cura. Ahora me los tienen concentrados en cabeceras comarcales como hace el Estado con las escuelas rurales y los practicantes. La figura del cura que llegaba a un pueblo y allí radicaba y moría es asunto de museo. El clero de estas estepas parameras también se avieja, de modo que en nada de tiempo ese cura rural será fósil o leyenda, cura de casa rectoral y vida rutinaria, atendido por hermana, ama o dueña, sotana rebrillada en las coderas, chocolatito a las seis, paseo de breviario por la carretera, su rosario, su copita (¡Rosariooo... tráeme otra copita!, decía el chiste), su biblioteca y suscripción al abecé, sus consejos desde el púlpito y sus sentencias furibundas cuando le ahorcan el seis doble en garrafina o le chulean al tresillo con secretario y cabo benemérito, cura de casa en todas las casas, pase usted y ponle un plato, Adonina, curiosón, pero estimado, arreglador y componedor en lo que alcanza, cazador en media veda, algo herborista, polemista impenitente con ese maestro levita volteriano por rebote de seminario... ese cura culto que escribe cuartillas que nadie leerá, que presta libros por el pueblo o enseña saberes para que el rapaz espabilado no se condene a la yunta o al azadón... curas de cabeza amueblada que renuncian al meritaje... Y aquí recordé a Constantino, párroco en Lillo, paisano enorme. Hace mucho que no le veo y no atamos la burra de la charla inteligente en la cocina de su casa. En breve será...

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