Diario de León
RAMIRO

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León

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Hay un momento clave en la progresión de los pasos del viajero, cuando, embelesado por la vista exterior, encuentra la esencia en las entrañas; eso ocurre en el municipio de Lucillo, que da nombre a un enclave mayor, que conforman ocho piezas capitales de la Maragatería, que es hija y madre, pregunta y respuesta, impulso y reposo. Un mirador, un balcón, una habitación con vistas, una estancia interior del alma que recoge la mirada cuando se recuesta en el relieve agreste y suave a la par del Teleno. «La oportunidad turística del municipio de Lucillo es su entorno, su historia, su legado, sus paisajes y sus bosques», relata el alcalde, Pedro de Cabo, en un término municipal que es corazón maragato, pese a no estar en el centro, cabeza, pese a no estar al norte geográfico, y extremidades, aunque el perímetro no bordee toda la comarca.

Lucillo es balcón del Teleno con vistas al interior del alma, hasta la del viajero que se encuentra consigo mismo obnubilado por esa postal irrepetible que enseña el monte de los dioses, con sus brumas matinales, que son la nata entre la leche, con ese tono granulado de la atmósfera que hasta en las mañanas de invierno, después de la helada, no puede disimular el paraíso.

La esquina occidental de la Maragatería es una repertorio mágico de toponimia; para leer en voz alta: Boisán, Busnadiego; Chana de Somoza, Filiel, Molinaferrera, Piedras Albas, Pobladura de la Sierra, y Lucillo, que apadrina la capital administrativa de un cuerpo único, que se echa valle arriba del río Duerna, que ya hace siglos, muchos siglos, emergió como paraíso. No todo era oro entre lo que vieron los romanos, que eligieron la loma para aposentar su paso a caballo por los monte de León. El oro que también reluce se encuentra en busca del cielo, que el municipio de Lucillo se mimetiza con la visera del Teleno, en esas faldas interminables que arropan del viento del norte a los venados, y animan los aullidos de los lobos desde la luna creciente de febrero hasta que la llena de mayo aplaca las urgencias mayores, con los nuevos natalicios. La Maragatería que delimita el perímetro del municipio de Lucillo se comprende por la hendidura del valle del río Cabrito, que aporta lo suyo al Duerna, y deja ir las entrañas, fuente generosa, como esta tierra ancestral de pastores y arrieros, mercaderes, de habitantes que moldearon el paisaje mientras se dejaban moldear por él.

La otra forma de entender esta coordenadas, de copas de pinares con sus motas de algodón mecidas por el viento de las tardes de marzo, los robles que expanden la masa de color albahaca entre ese otro verde de la urz que prefieren las abejas para rematar la faena de la miel a finales de agosto, es un circo de rutas que empinan el sendero hasta alcanzar la corona del Teleno. La ruta aurífera, que remonta el curso del oro; la de la Laguna de Chana, que es un escaparate de valor incalculable de los primeros días de la creación; la ruta de acceso al Monte de los dioses, en disposición circular; los petroglifos, que son huellas táctiles de otro mundo que vive eterno sobre las piedras.

Hay un parque temático entre las explotaciones auríferas; otro ensayo de doctorado legado por la historia en los pliegues de las murias. Y cantos rodados, para atestiguar que alguna vez se adoraban referencias más loables que las pantallas de plasma. La posición geográfica del municipio de Lucillo no tiene pérdida; allí donde el Teleno, que se puede divisar desde todo León, hay un paraíso maragato.

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