Diario de León

El ‘verdugo’ que escribe de muertos

l El escritor alemán presenta la obra ‘El libro del sepulturero’

Imagen de Oliver Pötzsch cedida por la editorial Planeta

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León

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josé antonio guerrero

No estoy orgulloso, pero es la historia de mi familia», esgrime como disculpándose por su linaje de verdugos Oliver Pötzsch, un alemán de Múnich que cambió el periodismo por la literatura y que a sus 51 años se ha convertido en un fenómeno de ventas en su país, con 3,5 millones de lectores. Oliver, que asume con una sonrisa lo impronunciable de un apellido con seis consonantes, desciende de una larga dinastía de catorce ajusticiadores que «trabajaron activamente» entre los siglos XVI y XIX al sur de Baviera. Y no siempre rebanando cuellos. Él recuerda que los verdugos no solo se encargaban de las ejecuciones, «también se encargaban de cuidar a los caballos en las cuadras, sacaban las basuras fuera de las ciudades y, sobre todo, curaban a la gente». Ese oficio de sanador fue evolucionando hasta convertirlos en galenos, y hoy en día Pötzsch es el único de una larga familia (padres, hermanos, tíos...) que no se gana la vida como médico. Pero las charlas de sobremesa con sus parientes doctores le han granjeado conocimientos sobre anatomía y ciencias forenses que brillan en su última novela, El libro del sepulturero (Planeta), un thriller histórico ambientado en la Viena de finales del siglo XIX, una ciudad moderna, con sus teatros, sus cafés y su Práter, de vibrante vida nocturna, pero también asediada por la miseria y el crimen. Pötzsch ha estado en Madrid —también visitó el cementerio de La Almudena— para presentar su libro. Protagoniza la obra Leopold von Herzfeld, un inspector de policía que investiga una serie de inquietantes asesinatos de mujeres jóvenes y lo hace con ayuda del sepulturero del cementerio vienés, Augustin Rothmayer, un tipo «de rostro macilento y descarnado, la viva imagen de la muerte», feliz de vivir entre osamentas, virtuoso del violín, enamorado de Schubert, con un inteligente humor negro y experto en el estudio de los cadáveres, hasta el punto de ser consultado por el más reputado médico forense de toda Austria. Pötzsch describe con minuciosidad el proceso post mortem con turbadores detalles sobre el color, el olor o la viscosidad de la piel en descomposición, que resultan a veces macabros, pero siempre instructivos. «En mi casa se ha hablado mucho de eso y he visto muchas fotos», explica para justificar algunos pasajes del libro realmente gores. Un ejemplo: «A menudo se habla de muertos vivientes cuando los cadáveres siguen manteniendo un aspecto lozano durante semanas, incluso después de ser enterrados, cuando cuerpos delgados se muestran de repente gordos e hinchados. Solamente se trata de tejido descompuesto, cuya fluidez hace que el abdomen se tense. Los gases empujan el fluido por todos los orificios del cuerpo y provocan en ocasiones la aparición de una espuma bubujeante en las comisuras de la boca dando la sensación de que el muerto ha bebido sangre. Los labios se mueven y parece que los cadáveres estén masticando. Cuando un visitante del cementerio pasa por delante de un ataúd con un cadáver en estas condiciones se horroriza, pero simplemente se trata del curso de las cosas terrenales».

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