Diario de León

HOMENAJE A LOS SACERDOTES DE AYER Y DE HOY

Curas de oro y plata, de pueblos bulliciosos a la pastoral de cocina

La Diócesis de León reconoce la trayectoria de los 11 curas leoneses, cinco vivos y seis fallecidos, que este año cumplen sus 50 y 25 años de oficio. La memoria de tiempos pasados y turbulentos y la incertidumbre del presente, con el sacerdocio en riesgo de extinción, se fundieron en el homenaje con la gratitud a quienes les han ayudado en tan largo camino

León

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A veces el pasado y el presente se funden. La frase, pronunciada por un seminarista, se hizo realidad en el homenaje que la Diócesis de León tributó este miércoles, festividad de San Juan de Ávila , a cinco curas vivos y otros seis fallecidos con motivo de sus bodas de oro y plata en el ministerio. 

Los recuerdos del tiempo vivido como sacerdotes pasaron por el corazón y por la retina de los cuatro que asistieron al acto organizado en el Seminario Mayor San Froilán. Pedro Puente Fernández y Teodoro Valbuena Fernández, junto con los sacerdotes fallecidos Benito Mariano Bermejo Oveja, Francisco Javier Carande López, Juan José Cuevas Vega, José Manuel Fernández Álvarez, Jesús Fernández García y Antonio Recio Díez han cumplido el medio siglo desde que fueron ordenados en 1973.

El homenaje a los sacerdotes fue presidido por el obispo, Luis Ángel de las Heras. J. NOTARIO

El homenaje a los sacerdotes fue presidido por el obispo, Luis Ángel de las Heras. J. NOTARIO

Julio Ignacio López Álvarez, José Ángel Morán Ruiz y Ángel Julio Sahagún Suárez se convirtieron en curas en 1998. «Como dijo el obispo en la eucaristía, ha sido un tiempo de turbulencias y de gracia tras gracia. Lo primero y lo último y lo único que puedes decir es gracias a Dios, a tanta gente como ha caminado contigo y te ha ayudado», apuntó Teodoro Valbuena.

Teodoro Valbuena, 50 años de sacerdocio 
«Mi primer destino, en 1973, fue Casares de Arbas. No sabía dónde estaba el pueblo. Luego me hice un corretón»

Este sacerdote, aún en activo, entró en el seminario menor con 11 años. Su primer destino fue la parroquia de Casares de Arbas, un pueblo que no sabía ni dónde quedaba. «Pedro (Pedro Puente, compañero de promoción) tampoco. Un día me dijo, oye, vamos a ver ese pueblo. Cuando llegamos al alto de los Avellanares, que se ve en el fondo el pueblo, me mira y me dice: ¿Y tú te vas a quedar aquí?». Allí pasó los dos primeros años, «dos años muy bonitos», de un oficio para el que, en aquellos tiempos, muchos chavales eran reclutados por el cura del pueblo que decía a los padres: «¿Por qué no mandas al chico al seminario? Igual vale», como apuntó el maestro de ceremonias del homenaje. Luego se hizo «un corretón». Pasó por el Seminario Menor, Toral de los Guzmanes, Madrid, San Francisco de la Vega, Seminario Mayor, Cistierna, La Anunciación, Regla, Villaquilambre y actualmente lleva desde San José de las Ventas, con Chusmi y Jorge, las parroquias de Villaquilambre, Villasinta, Navatejera, Inmaculada y Las Ventas.

El sacerdocio de ahora «no se parece en nada» al de aquellos comienzos. Tanta diferencia ve que no cree que su historia pueda ser útil a los jóvenes seminaristas de hoy en día. «El sacerdocio no ha cambiado, evidentemente, pero la forma de vivirlo y la realidad social ha cambiado muchísimo. Nada fácil, pero muy bonito», admite.

Pedro Puente, 50 años de sacerdocio

«De las diez obras que he hecho en León, de la que estoy más orgulloso es de la residencia sacerdotal»

Su experiencia ejemplifica la distancia entre el ayer de hace 50 años y el hoy de 2023. «Cuando llegué al primer pueblo era uno más. Ahora el cura ya no es uno más, no vive en el pueblo normalmente, la gente no es la misma de aquel entonces a nivel de práctica religiosa, de vivencia de fe, de cercanía al cura». Y es que «la sociedad en nuestros tiempos cambiaba cada 30-40 años, ahora cambia cada ocho días. Ahora no es que sea distinta, es que es otra», subraya.

Los curas, hoy en día, afirmó Teodoro Valbuena, son «una especie a extinguir como esos animales en periodo de extinción, pero a los que se cuida mucho», dice con resignación. A pesar de todo hay algo une al pasado y al presente. «Los valores del cura que está al servicio de la gente, de los que creen y no creen; ese es un servicio muy hermoso y fundamental en nuestro mundo», concluye.

 Una vida bien distinta ha llevado su compañero de aquella promoción a la que se recuerda como ‘Los galácticos’. Pedro Puente recuerda que cuando entró en el seminario, con 18 años, «me llamaban ‘el Abuelo’». Unos ejercicios espirituales y la vida de Santo Tomás le llevaron al sacerdocio. Pronto puso el dedo en llagas de la sociedad a través de su dedicación al pueblo gitano, con la fundación del Secretariado Gitano, y de las personas migrantes con la creación de Accem.

Ángel Sahagún, 25 años sacerdocio

«El futuro es difícil, pero esperanzado y comprometido. Hay que acercarse más a la gente, sobre todo a los jóvenes»

«Nunca he estado en pueblos. Cuando terminé de sacerdote me dejaron para la administración. Fernando Sebastián me llevó para la Conferencia Episcopal donde estuve 24 años y cuando vino don Julián —el anterior obispo— y me dijo que tenía que venir para León», apuntó. «De las diez obras que he hecho en León de la que estoy más orgulloso es de la residencia sacerdotal. Para que los sacerdotes mayores, que antes estaban dispersos por ahí, estén bien atendidos». Ahora, dijo, «me toca descansar». El único continente que no ha visitado, África, será su destino como sacerdote jubilado. En breve irá a Mozambique con una comunidad de religiosas. 

Ángel Sahagún nunca pensó que iba a ser cura. Entró en el seminario con 21 años y cantó misa con 25, un cuarto de siglo después que los veteranos sacerdotes homenajeados. Del seminario fue a la mili y durante dos años fue capellán castrense. Tras un año en Madrid, regresa a León y a su pueblo, Santas Martas. Empezó con cuatro parroquias y actualmente tiene a su cargo un total de 11 con apenas 300 habitantes, entre ellas el Priorato de San Miguel de Escalada que celebra este domingo su fiesta. 

«Ha cambiado todo. Para empezar yo tenía mucho pelo y ahora casi no tengo», dijo bromeando este cura al que, en su aspecto exterior, no le diferencia nada de otros hombres de su generación. Un cura sin sotana ni alzacuellos, con vaqueros rotos, tatuajes y zapatillas es tan distinto en lo externo de sus antecesores como la vida pastoral. 

«Cuando llegué a los pueblos había algunos que aún tenían bastante población, ahora, en el invierno, en algunos pueblos se queda muy poca gente. La pastoral es casi de cocina, antes era más de cristiandad. Casi todo el mundo iba a misa. Ahora no», añade. La pandemia ha hecho mella en la vida parroquial: «Ha bajado mucho la asistencia a los actos religiosos».

Para llegar a todo el mundo ha optado por agrupar parroquias, e «intentar que la gente joven se vaya moviendo de unos sitios y a otros y garantizarles unas celebraciones mínimas, como son las fiestas patronales y bautizos, primeras comuniones y bodas y por supuesto los funerales».

Su vocación, aunque inesperada, fue un camino natural. La vinculación con la parroquia, la primera comunión y monaguillo sembraron la semilla que brotó en plena juventud. 

El futuro del sacerdocio lo ve «difícil pero esperanzado, comprometido y sobre todo de mayor cercanía con la gente. Se tiene que acercar cada día más y sobre todo con el mundo de los jóvenes». Ahí queda su consejo.

Los curas son una especie en peligro de extinción pero Pedro Puente no ve a las mujeres como una vía para salvar el relevo generacional. «Como sacerdotes, no; como trabajadoras», apostilló.  Puente está en la línea de compensar el déficit de curas con «más implicación y responsabilidades de los laicos, hay mucho que hacer en la iglesia». 

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