Diario de León

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canto rodado ana gaitero
León

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Las tractoradas han pillado a las ciudades en el ensueño de la vida urbanita que se nutre del lineal del supermercado como si la fruta, la carne, las hortalizas y los miles de productos envasados salieran de la nada. Como esos niños y niñas que no saben que detrás del tetrabrik está la ubre de la vaca y los huevos salen por el culo de un ave llamado gallina. La pérdida del contacto con la cadena alimentaria es una de las razones por las que cuesta entender las protestas.

Agricultores y agricultoras, ganaderos y ganaderas se han echado al asfalto, ya que en el monte o el llano se han vuelto insignificantes seres que la PAC controla desde un satélite que saca fotos de sus cultivos y desde allí arriba deciden si son aptos o no para que pasten las ovejas, cabras y vacas sin encomendarse a pastores ni a ganaderos.

Nos habíamos acostumbrado a un campo silencioso y quieto, empachado por la vieja PAC y estamos asistiendo a un tipo de protestas que no entendemos muy bien, con motivos que compartimos, los precios justos, y otros que rechazamos, la rebaja de las exigencias ambientales. Pero les han puesto a los pies de caballos. Como dijo la economista Marta Soler hace poco en León: «Una nueva PAC más exigente en términos medioambientales sin una buena dotación para acompañar a los agricultores y que se reparte de manera desigual en función de la propiedad o de los derechos y no de las prácticas, no es una PAC adecuada para acompañar la transición agroecológica que necesitamos».

En el fondo, sabemos que nos dan de comer, que los productos de proximidad son mejores y gastan menos energía. Y en el fondo ellos saben, los que no son agricultores de sofá, que les compraron a un precio muy bajo la libertad de sembrar, pensar y alimentar a la tribu con una sabiduría traspasada de generación en generación. Y no son pocos los que luchan por dar lo mejor, por recuperar razas autóctonas o hacer rotación de cultivos con semillas fértiles y no las suicidas de la agricultura industrial.

Como ciudadanos y ciudadanas debemos ser conscientes de dónde vienen los alimentos, quién y cómo los cultiva, quién, cómo y a qué precio se venden sus productos. Debemos empezar a pensar que nuestras vidas y nuestra salud también ruedan con los tractores. Hay que escuchar el ruido de fondo de las ruedonas, caracolas que sueltan los quejidos de un campo infravalorado, obligado a producir a pérdidas, sobrepasado por la burocracia y que compite con productos no sometidos a los controles de la UE. Hay que dejar de pensar en el campo como ese lugar idílico donde pasear el fin de semana; recuperar la dignidad y el prestigio de labradores y labradoras, hortelanos, ganaderos y pastores. Mimar la tierra para cuidar nuestras vidas y que no nos embutan de comida basura o nos hagan creer que las Tierras de León se pueden reducir a un bonito parque en la ciudad.

Sabemos que comemos de ese campo que nos han enseñado a olvidar con lineales repletos y desprecio al oficio de la tierra?

Debemos empezar a pensar que nuestras vidas y nuestra salud también ruedan con los tractores; hay que escuchar el ruido de fondo de las ruedonas
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