Edurne Pasaban: "He visto la muerte más cerca con la depresión que escalando montañas"
La alpinista, primera mujer del mundo en hacer cima en los 14 ochomil del planeta, abre la cuarta edición de Lo Que De Verdad Importa en León

Edurne Pasaban, durante su intervención.
La alpinista Edurne Pasaban, primera mujer en el mundo que escaló los 14 ochomiles del planeta, confesó este martes en León los ingredientes que le llevaron al mayor éxito en sus diez años de carrera y cómo logró del que fue su peor bache. En la cuarta edición del congreso de la Fundación Lo Que De Verdad Importa, que organiza en colaboración con la Fundación Cepa de León y el Museo de la Emigración Leonesa (MEL) y el apoyo de Diario de León.
«Tener ambición, afán de superación, hambre de éxito y pasión», apuntó, son las mimbres de una carrera que empezó sin saberlo cuando se apuntó a un club de montaña de su pueblo, Tolosa, con dos amigas «porque nos gustaba el monitor». Tenía 14 años y la escalada le gustó. Sus amigas abandonaron, «ninguna ligamos con aquel chico», pero ella siguió. Escaló al Mont Blanc, los Andes y a los 18 años estudia ingeniería, siguiendo la tradición familiar, para luego incorporarse a la empresa de su padre.
A los 24 años, en 1998, se le planteó la primera oportunidad para escalar un 8.000 en una expedición al Himalaya. Tras tres intentos fallidos, consigue coronar el Everest, su primer ochomil, en 2001. A partir de ahí la carrera fue fulgurante. En 2002, hace dos ochomiles, en 2003 tres ochomiles y en
2004, la fichan para el programa Al filo de lo imposible con el reto del K-2, del que volvió sin dos dedos en cada pie por congelación.
En 2006 empieza un descenso en picado. «Estuve enferma, con una depresión, dos meses ingresada en un hospital psiquiátrico», contó. Tenía 31 años y no tenía respuestas para las preguntas de qué iba a pasar con su vida. «Ahora empieza a hablarse de enfermedades mentales, de suicidio, pero en 2006 no se hablaba de esto», confesó.
Lo primero, cuando alguien se enfrenta una enfermedad mental, es que «las personas que las sufrimos no nos tenemos que avergonzar; lo segundo: hay que pedir ayuda», añadió para abrirse en canal delante de los más de medio millar de escolares que asistieron al evento: «He visto la muerte más cerca con la depresión que escalando montañas de 8.000 metros».
Edurne Pasaban recalcó que nada de loque ha conseguido lo hubiera conseguido sin un equipo y sin buena gente que «no te dejé tirada cuando estás a 7.800 metros». Su primo Asier fue la voz que le ayudó a reconocer que su curación estaba en volver a la montaña. «Si puedes imaginarlo, puedes lograrlo», concluyó.
—¿Cuál es su sueño a los 51 años después de haber logrado escalar los 14 ochomiles del planeta?
—Cuando hice los catorce ochomiles tenía otro sueño. Crear una familia. Ahora tengo un niño de 7 años. Y ahí está ese sueño. Otro de mis sueños es compartir mi experiencia para poder ayudar a otras personas, que se sientan identificadas o pidan ayuda. Si mi experiencia de vida puede ayudar a alguien sería un gran sueño.
—Fue la primera mujer del mundo que consiguió la hazaña. Ahora serán muchas más…
—Hay más porque ha cambiado mucho el mundo de la escalada y del alpinismo. Ahora hay muchas comerciales y todo vale. Ha cambiado.
—¿Qué cree que ha aportado a las niñas y a las jóvenes?
—Entiendo que puedo ser un referente. Una persona que en los años 90, con 24 años, ya se va a escalar montañas de ocho mil metros sola con hombres en un campo base, es el referente de que sí se puede. Me doy cuenta porque ahora, cuando llega el 8 de marzo, me llaman de muchos colegios. Ni me imaginaba que niños de 8-10 años hablen y conozcan a Edurne Pasaban. Que sea un referente para ellas, me enorgullece y a la vez te carga la mochila. Quiere decir que las cosas que has hecho transmiten unos valores y se cumplen.
—¿Fue difícil hacer público su problema de salud mental en un momento que era más tabú que hoy?
—La verdad es que no. Yo empiezo a contar lo de la enfermedad mental cuando termino los 14 ochomiles, en el año 2010 y no me costó porque me di cuenta de que podía ayudar a gente. Enseguida empezaron a llegar a mi casa personas que preguntaban qué podían hacer. Tengo casos que han pasado alrededor mía, que ahora han encontrado el camino y están perfectos. Otra cosa es que en mi entorno, mi padre por ejemplo, le cuesta. ‘Pero qué necesidad’, me dice. Quizá no ve lo que podemos ayudar a familias al mostrar que no hay que tener vergüenza porque la enfermedad mental es una enfermedad más.
—¿Sigue escalando?
—Menos que antes, pero sigo. Vivo en la montaña, en el valle de Arán y alrededor de las montañas. Cuando puedo, me escapo.
—No le ha dado por ir al espacio como a Jesús Calleja…
—No, es que no tengo tanta pasta para ir (risas). Para mí Jesús es muy buen amigo y es muy buena persona. Cuando nosotros empezábamos en el Himalaya, él estaba en el Himalaya. No era el Jesús Calleja que ahora conocéis. Ha cogido un camino que ha ayudado a que la montaña se vea, a que se sepa de la gente aventurera. Yo le quiero mucho. Cuando eres amigo de Jesús te va a ayudar para todo.
—¿Pero no se sube a la moda de ir al espacio?
—Nunca me lo he planteado. Que venga Jesús de allí y me cuente lo que hay.
—De todos los logros qué ha tenido, ¿Cuál es el que le ha llenado más?
—Los 14 ochomiles en sí han sido diez años que me lo pasé muy bien y volvería a hacer las cosas tal cual. El mayor logro es el todo. Poder dedicarte en tu vida a una cosa que entonces era tan minoritaria y que pueda decir que me he dedicado a escalar montañas de ocho mil metros y he vivido de una manera u otra de eso. En aquella época era difícil hacer lo que te gustaba. Eso es el mayor logro y mis padres han tenido mucho que ver. Nunca me negaron que fuera.
—Tenía la oportunidad de tener un trabajo en el entorno familiar, pero no era la que le llenaba. ¿Conecta eso con la juventud de ahora?
—Nuestros padres nos quieren dar una estabilidad y seguramente yo volveré a hacer lo mismo. Mi madre dejó el colegio a los 12 años porque tenía que currar en una familia de un caserío, de posguerra… Cuando empezaron a tener algo quisieron dar lo mejor a sus hijos y era sobre todo una buena educación para que tuvieran un buen puesto. Y esto es lo que sigue en nuestra sociedad. Y es normal. Pero a veces nos olvidamos de lo que quieren nuestros hijos. En ese qué lo que quieren les tenemos que acompañar dando los mejores consejos. Que tampoco vale todo. Hay que saberles guiar en ese camino. Mi padre me permitió hacer montaña, pero me dijo que tenía estudiar. Fue muy constante. Me ayudaba, pero tenía que currar. Creo lo mejor que me han dado mis aitas ha sido eso.

Polo Nández durante la presentación del congreso.
Cuarto Congreso Lo que de verdad importa

La actuación de Polo Nández abrió el congreso.
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Más de 700 personas, sobre todo escolares, asistieron a la cuarta edición de LQDVI.
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Los ponentes con las autoridades y la organización.