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AHORA que tienes quince o veinte pantalones en tu armario, ¿cómo es que realmente no andas a gusto con ninguno? El que no es pijete o de misa de boda, está demodé o estrechado para esa barriguita de famosa que te gastas o ese tripón cervecero y barrilón que te aporta el verano y las tapitas de gocho que te arrimas al convite, tragón, que no paras. Todos esos pantalones te caen a medias. Si no es por color es por tela. Tienes exactamente siete que no te explicas aún cómo pudiste comprarlos, horrorosos, y otros tantos que de hecho jamás te pones; así que ninguno se te acomoda tan bien como ese que nunca guardarías en el armario porque te sirve para faenas, para potrear y otras pinturerías y lo tienes en el limbo de los trapos o colgado tras la puerta del trastero. Cómo te sientan. Te encuentras con ellos como vestido de pellejo propio. Ciñen y no aprietan; son holgados, pero abrigan, te caen como un guante viejo y ya tiene plisadas las arrugas que han ido dibujando tus andares y posturas, acomodados a tu dibujo de anca y posadera, de modo que no se te hincan en la ingle cuando te agachas a recoger una carpeta caída, no te estrangulan esa entrepierna que complica las cosas con su potorro o ciruelín plantado en medio, sobre todo si tiene costuras de vaquero que acaban siendo cordel de pita y lazo de ahorcado, esos pantalones digo, los que tanto se ven ahora y en los que la gente no se mete, se embute, porque para no pocas paisanas y para los cienes y cienes de doncellas, tributen o no, el pantalón es el corsé del culo... y como tal cumple a modo su función y engaña que no veas, aprieta aquí, esparrama allá, comprime y consigue curvear lo que suelto no sería otra cosa que un botillo, bulto informe, así que la gente parece ir a gusto en esos pantalones, aunque no es menos cierto que con ellos va follada, que te juro que sí, fornicada del todo, pues cuando llegan a casa después de ajetreos y paseínes lanzándose al fin al sofá, se desabotonan la barriga estrangulada y se espatarran soltando un suspiro de tan profunda y cantada satisfacción, con tanta exclamación de gozo, que para sí quisieran muchos orgasmos esta rúbrica y ese ah, qué placer... Y deben ser buenos amantes esos pantalones, deben de joder bien, porque a pesar de su tortura se los vuelven a poner con obsesión enfermiza. Ver para creer. Qué tías.