Diario de León

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SE ANALIZA en una reunión científica de la Universidad el impacto y fenómeno de la vida exótica que se ha ido colando en nuestros ecosistemas. Hay de todo, desde las cotorras argentinas aclimatadas en jardines ibéricos hasta peces que jamás se vieron y colonizan nuestros ríos nadando hacia la orilla del disparate y del terror biológico, que es lo que debe sentir un alevín de trucha cuando le castañetean en el culo las mandíbulas de un lucio. En los últimos veinte años se ha hecho de todo: black bass en Vegamián, huchos en la pantanera castellana, siluros, pez gato por doquier, arco iris huyendo de piscifactorías... Nuestros ríos acaban siendo palangana y, dentro, sopa de peces. En el mundo vegetal la cosa es aún más parda. En nuestros jardines crece de todo, menos lo propio del lugar: abetos de toda raza, variedades japonesas de toda moda, flores de todo origen... En cuanto a insectos y plagas, el desastre está aún por evaluar, pero caben aquí demonios, pestes y camiones de nuevos insecticidas. Visto lo cual, estamos convirtiendo esto en un arca de Noé caótica y explosiva en la que no faltan ni esos cocodrilos que se han visto y buscan desesperadamente en un pantano de Madrid (hay también concejales-caimán, pero al parecer la especie ha sido aceptada como propia de este ecosistema o como animal de compañía)... El debate está ahora en saber si cualquier vida extraña es siempre mala para nuestros hábitats, cosa que en una buena parte de casos está sobradamente demostrada. La vida ha evolucionado en este planeta porque es intrínsecamente oportunista y se aprovecha de cualquier circunstancia o transporte. La propia naturaleza no deja de hacer putadas a unas especies pervirtiendo normas, desertizando aquí o encharcando allá. Nadie diría que el castaño es una especie exótica en el Bierzo; y lo es desde que los romanos lo trajeron. ¿Y el negrillo? Lo importó Felipe II. ¿Existe mayor invasión y extensión de exotismos vegetales que lo que se ve en nuestra agricultura? ¿De dónde vinieron patatas, tomates, maíces que nos duchan con nubes de polen, pimientos, remolachas, cereales o viñas? ¿Y los pinos de toda repoblación y chopos canadienses?... Hay especies ajenas que devastan, pero otras consuelan nuestra muerte y quizá encuentren aquí el espacio que perdieron en su cuna.

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