Diario de León

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AHORA que los trenes se empotran o se encabritan en los infiernos de la fatalidad con accidentes espeluznantes, todos hemos echado la vista atrás en una alianza sentimental que tenemos con el ferrocarril y nos sale la lira por la boca y la bondad en la desmemoria, recordamos episodios, estampas nostálgicas de tren de palo y carbonilla, evocamos al que vendía mantecadas, al que sorteaba con barajas cachiporras de caramelo o a la señora Benita que con un guiño de tolerancia de la benemérita pareja porteaba fardeles de alubias de estraperlo que vendía en Asturias... y el señor Ursino con sus aperos comprados en la ferretería de Ardura, aquel otro con sus capazos de esparto llenos de huevos entre paja trillada, y otro más con un maletón de remaches y cordeles, lo que quería decir que se iba y tardaría en volver, pues aquel era mayormente su equipaje, todo su capital y su existencia. Trenes de eternidad eran aquellos. De aquí a Barcelona, diecisiete horas; y a Bilbao, casi más, pues a paso de burra preñada cruzaba el hullero las cuestas de la Valcueva o las rampas de Mataporquera. El tren lo adoptamos todos como criatura de un paisaje personal, algo propio, como si en realidad aquellos vagones a los que nos subíamos fueran, un poco crecidos, los del viejo tren de latón que quizá algún año tuvieron a bien dejarnos unos Reyes de suyo algo rácanos. Los primeros sueños de aquellos niños viajaban en un tren eléctrico de mucho colorete y aparato, lujo que sólo algún amigo tenía; y entonces los críos soñaban con ser algún día Gento o jefe de estación. Se cantan las virtudes de los viejos trenes, la solidaria compartición de espacios apurados y de las viandas que siempre acaban asomando a esa hora fatal en la que las tripas suenan a mostruo de cañería. ¿Gusta usted?... Y te arrimaban un bocado de escabeche o de tortilla, te brindaban la bota o le alargaban al crío una ciruela... De este tenor sentimental han sido los recuerdos de tren invocados estos días con tal de demonizar las velocidades y prisas ferroviarias de hoy (de Chinchilla, al cielo). Pero «el que recuerda, miente». Y olvidamos que durante muchos años, el mayor accidente ferroviario de la historia y del planeta recogido en el Guinness fue hasta 1986 el ocurrido en 1947 en Torre del Bierzo con inmensidad de muertos y Dante de cronista.

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