Diario de León

CORNADA DE LOBO

Carajón de burra

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RECORDANDO TIEMPOS con Gelo en tarde tendida llegó la charla por la carretera de Caboalles hasta Lorenzana, a cuya entrada se extendían tablares de huerta, surco largo que se bebía una presa entera cada día porque allí crecían berzas, lechugas, escarolas, pimientos y todo el resto hortelano que acabaría en mercados y tiendinas de la ciudad. Eso ocurría cuando la gente buscaba las pesetas debajo de las piedras a punta de azadonazo. Hoy aquella huerta es prado baldío, pasto y abrojo, abandono y, visto lo visto, terrenos recalificables. Pero entonces dejaba allí la gente el lomo doblado y se escurrían de sudor por la boina abajo, fatiga labrantina para arañar calderilla. Y había miedo del guinde y del ladroneo. Eran huertas sin sebe, derrotadas de lindero y cualquiera que parara en la carretera podría bajarse al tablar y premiarse con unos repollos al amparo de la noche, cosa sabida por los hortelanos cabreados por el trinque. Así que cierta vez paró una gente a guindar lechugas y al palpo fueron reconociendo las más preñadas, estas, que están atadas con un junco en la cresta y abultadas. Ya en casa, en la fregadera las dejaron. Al día siguiente, aquello olía a demonios y, desatado el junco que ceñía su orondez, comprobaron que el hortelano había embutido en cada una de aquellas lechugas de la primera fila un carajón de burra, mierda pura, qué cabrón el tío, se dijeron... El temor al ladroneo aguza el ingenio torvo. Siempre fue así en esta tierra de sandías o viñares con chamizo donde dormía alguien de casa; tierra de guardianes de peral con escopeta de sal en bandolera, como la del señor Jalón o la del hortelano de los agustinos. Aquella fruta celosamente vigilada es la misma que hoy se pudre en sus árboles. Trampas y espantapájaros se mimaban con más esfuerzo que el propio fruto. ¿Y aquellos pastores que, hartos de tributar sus quesos a la gente al maquis, inyectaban en ellos estricnina?... Ahora, allí donde el frutal aún es renta agraria, como en el Bierzo, no advierten de perro vigilante o escopeta emboscada; ponen un cartel que dice que la fruta está sulfatada con química mortal y desgarradora de intestinos que disuade al que va de picoteo, pero no al que acude con cestos y furgoneta, pues sabe que estamos inmunizados por haber engullido ya vagones de pesticidas, fungicidas y matarratas.

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