Diario de León

CORNADA DE LOBO

Aplauso de orejas

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CORTIJO SOMOS y en el latifundio nos encontraremos. Vienen a ser los partidos una hacienda en la que manda el señorito y gobierna un mayoral o capataz con fusta, tralla o bajo cuerda. Al fondo está el obrerío, esto es, la militancia que pace jornal, soldada tacaña que no es un derecho, sino una gracia. Y esta es la gracia de la cosa a partir de la cual se acaba entendiendo casi todo. Un secretario general, máximo baranda, acaba siendo «er zeñorito» y su mayoral un guarda jurado con licencia de escopeta en bandolera y perdigonada al bies. Al capataz no lo elige ni lo insinúa la tropa jornalera o los aceituneros altivos. Lo designa el secretario en su imperio, aunque se luzca después el plato pasando la salsa por el colador de unas primarias. No se entiende, pues, tanta escandalera desde los partidos de la oposición que se rasgan sus vestiduras de armani por la aparición del dedazo en la succesión de un Aznar que transfiere su corona a la testa de un rey Rajoy que parecía pasmado y resultó ser el taimado tahur de esta partida. Claro que puede hablarse en este asunto de ungidos reales, trono patrimonial, verticalismo antidemocrático y todas esas feas cosas. Pero no ellos; no desde su propia biografía. La política y el mondongo son así; y esta democracia balbuceante y borracha de poder, un mero mantel sobre el que se sirve el convite para quedar pringado de sangre tomatera y salsorra. Felipe González, antes de marcharse (y sin irse) puso su dedo sobre Almunia, le ungió con su gracia. Carrillo plegó velas y eurocomunismos, pero designó a su sucesor, don Follardo Iglesias. En el dedo de Tamayo estuvo la gracia de Zapatero, quien a su vez designó a su sucesor en la ínsula cazurra y en la península castellana de Barataria y Cabiria. Maragall transfirió el solio barcelonés a su clon Clos. Y en los sindicatos, que pasan por aparente cauce asambleario, ocurre prácticamente otro tanto de lo mismo. El aparato es el aparato; y el órgano, ni te cuento. Ocurre esto cuando los partidos se funcionarializan y los funcionarios politiquean. Todo viene a ser cortijo; y la vocación del cortijo es acabar siendo latifundio, enorme predio en cuyo tamaño reside la garantía y seguridad del militante a jornal que lo agradece hablando con las manos, cerrando la boca y aplaudiendo con las orejas... Y la democracia, al fondo.

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