Diario de León

Publicado por
Antonio Núñez
León

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EL GOBERNADOR del Banco de España, señor Caruana, ha hecho unas declaraciones de ciencia ficción, según las cuales el precio de la vivienda está sobrevalorado «entre un 8% y un 20%». Y a partir de ahí el Gobierno y la oposición han vuelto a enzarzarse en otra polémica sobre la famosa burbuja inmobiliaria y el riesgo de que toda la economía nacional se derrumbe a la menor sacudida como un castillo de naipes. El miedo es fácil de explicar: la gente, entrampada hasta las cejas, deja de pagar las hipotecas a los bancos; estos no pueden devolver el dinero de las cartillas; no hay con qué comprar en la tienda de la esquina, que, a su vez, no hace caja suficiente para atender a los proveedores, etcétera. Al final medio país queda despedido, la otra mitad echa la trapa al negocio, nos embargan a todos, ya sea por cuenta propia o ajena, y quiebra hasta el cobrador del frac. Más o menos así debió de pasar en Argentina, donde el Estado fue el primero en no pagar las hipotecas de la Casa Rosada. Y se decía lo de ciencia ficción porque lo del 8% al 20% del precio final de los pisos no tiene nada que ver con la realidad. A cualquiera que sepa las cuatro reglas y sea capaz de echar la cuenta de la vieja no se le escapa que la vivienda ha subido no menos del doble desde que se inventó el euro y salió de debajo de la teja el dinero negro. No se espera del gobernador Caruana, como de cualquier otro político, que entienda de economía, porque entonces estaríamos arruinados a conciencia, pero puestos a meter el miedo en el cuerpo hay que recomendarle que, por lo menos, vaya al cine O que salga a la calle. En la gran pantalla podrá ver a E.T. el extraterrestre, señalando con el dedo hacia lo más alto de las estrellas aquello de «mii caaasa». Y, ya fuera, a los ciudadanos hipotecados a treinta años luz o más lo mismo, pero apuntando por encima de la grúa-pluma y suspirando, tal vez, «mi piso». De la oposición tampoco cabe esperar mucho más. Dicen que el propio Zapatero acaba de vender su piso en León confiando en arrendar La Moncloa a precio de saldo, o sea gratis. Pero, como se le desinfle la operación inmobiliaria, ya veramos lo que le piden a la vuelta, tarde mucho o poco. Otro que también podría instruirse en el cine, como Caruana, para hablar con un mínimo de sentido común sobre el problema de la vivienda. Su asesor en economía a micrófono cerrado, Jordi Sevilla, podría repetirle aquello de «se ve que estás verde, pero esto lo aprendes tu en dos tardes de sesión continua». Sería memorable, por ejemplo, asistir a un debate parlamentario entre Rajoy y Zapatero, máximos aspirantes a inquilinos de La Moncloa, con un guión a lo Asterix y Obelix. Del estilo de «el imperio va bien», según Mariano. Y, «señor sucesor, la oposición no le tiene miedo a usted ni a sus farias ni a Sadam, que mataba más que el tabaco, diga lo que diga la ministra de Sanidad: el pueblo y los socialistas sólo tememos que la hipoteca del cielo se desplome sobre nuestras cabezas». A lo que la derecha democristiana, que está más preocupada por la indisolubilidad de los matrimonios que por proporcionarles un catre, sólo le quedaría el argumento, escasamente convincente, de «si quiere tener un techo para toda la vida cásese por el Banco de Bilbao, ni por la Iglesia, ni por el juzgado, ni leches». Claro que, si de lo que se trata es de acongojar al personal, el informe Caruana sobre la carestía de la Vivienda se podría complementar con el que dejó en herencia Mariano Rubio, el que firmaba los billetes de a dos mil en los aún no tan lejos tiempos de Felipe González y que tanta afición le cogió al asunto que no tuvieron más remedio que echarlo cuando se hacía en Bolsa fotocopias para sí mismo. De aquella un piso valía menos de la mitad que ahora, pero los intereses eran tres o cuatro veces más altos. Y, a pesar de todo, la generación de un servidor logró sobrevivir: la prueba es que la mayoría seguimos aquí después de quince años de hipoteca, lo que no puede decirse de muchos bancos de nuestra quinta. «Para fallo del sistema financiero, ese», se consuela uno por aquello del viejo refrán de que mal de muchos, consuelo de tontos. Lo mismo que entonces así anda de entrampado también hoy día el debate político en un país donde de cada dos sueldos que gana cada pareja de hecho o de derecho uno hay que dedicarlo de por vida a pagar la hipoteca. Y administrar cuidadosamente el otro, que tiene que dar para garbanzos, la calefacción en invierno, las rebajas en cualquier mes, etcétera. Hay quien dice que a algunos les llega, incluso, para cenar, cosa probable, según el Gobierno. Y lo que queda, para tabaco. Uno no se explica cómo tanta gente muere todavía de cáncer.

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