Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Papa habemus

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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EL SANTO PADRE , el Papa de Roma se nos muere, se agota como un cabo de vela teológica. Tiene sobre sus anchas y sagradas espaldas más de ochenta años, que es edad, a lo que dicen los sabios, para recoger los pertrechos de guerra y dedicarse a la oración. Otros representantes de Cristo en la tierra lo hicieron y pasaron al santoral con todos los pronunciamientos favorables. Juan Pablo II además de las naturales preocupaciones propias de su representación en la tierra, padece enfermedades irremediables y día a día los que le asisten comprueban que se le va la voz del cuerpo y se le agarrotan los tendones y se ve obligado a contener sus tendencias y a frenar sus impulsos, ¡porque, señor, ya no está el hombre que todavía es el Padre Santo, para correrías misioneras, aunque le sobre voluntad!. Como un titán mitológico el Papa resiste, pero sus asistentes declaran que ya es preocupante la salud del Papa y que no sobrarían en su currículo las oraciones de los fieles. Y mientras los diagnósticos son cada día más alarmantes y los movimientos y la voz y la mirada del Santo Padre declinan hasta hacerse inaudibles cuando bendice, todavía insiste en la celebración de un último viaje, quizá a Pompeya o a Polonia, su santa tierra tan amada. Del Papa Juan Pablo II, como del resistente Wojtyla se hablará largo y tendido durante mucho tiempo, porque su pontificado, su influencia en la vida social, política y religiosa de los pueblos ha sido y es decisiva. Y mientras que los unos santificarán la fiesta de su nombre, no faltarán quienes rechacen algunas de sus decisiones. Porque ni siquiera en la selección para santos se consigue el consenso en este mundo. Confieso por lo que a mí concierne, por no ir más lejos, que mi papa preferido fue Juan XXIII y que le encuentro a este nuestro agónico, como demasiado humano, es decir como excesivamente preocupado por los propósitos y comportamientos políticos de las gentes cuando lo que todos esperábamos era una mayor intensidad en su dedicación a la Iglesia de los Pobres, a la Iglesia de la Renovación. Fue el Papa de la Obra de Dios, pero con las sandalias del pescador sobre la tierra. Y ahora que le vemos pelear heroicamente contra sus propias limitaciones, contra sus enfermedades, con la voz rota y la gestuación forzada, nos preguntamos si le es prohibido al Papa doliente el descanso. El Suma Creador compuso el mundo durante seis días y el séptimo descansó. ¿Por qué al Papa Juan Pablo II, al borde ya del discurso final, le está vedado retirarse a seguir con la oración que había empezado hace ya cerca de treinta años, como sucesor de San Pedro?... Dicen los acólitos que seguirá en el solio hasta «que Dios quiera». Naturalmente. Pero ¿es que no se dan cuenta estos brigadistas del dolor que el Santo Padre se muere? ¿Y que no es suficiente con que antes de abandonar este mundo, su mundo, dedique sus postreras energías a nombrar cardenales, como si de la composición del Sacro Colegio Vaticano dependiera la felicidad del ser humano? A su muerte se quemarán los inciensos del reconocimiento, pero también los de la réplica. Con nosotros, españolitos que vienen, os guarde Dios, una de las dos Españas ha de helarnos el corazón, el Papa Juan Pablo II fue padre amantísimo, pero no siempre justo. Sufrió sin duda por ello, pero mientras el Santo Padre ocupará el solio que sin duda tiene bien ganado, nosotros seguiremos llorando nuestros desamparos.

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