Diario de León

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SI LE SACAS EL OJO a una mujer tendrás que casarte con ella o ponerla un estanco o un kiosko. Así nos lo advertían cuando era yo un ñarro y nos veían jugar con rapazas; así lo prescribía la creencia popular y el código penal de la calle. Esto era «si le sacas», pero ¿y si le metes?... Pues lo mismo, pero sin kiosko; el párroco o el juez te echaban la jamosta, yugo al pescuezo y el sobeo por la garganta. Y en estas consideraciones vuelve a asomar al teatrillo de la gañanería política castellana esa tipa deslenguada fabricada por la tele y que por Aida responde o grita, esa que tiene un tic compulsivo y está continuamente aventándose la melena (y también las faldas, según consta en autos y carreteras). Algunos de sus líos con barandas del pepé de estas estepas comunitarias parecen probados y aceptados en algún caso segundón, pero parece cortinilla que oculta el fondo de un escenario donde velan armas y culo prieto otros altos jerifaltes de la cosa preocupados sin duda por la polvareda y la polvada que pueda seguir levantando esta cortesana que es capaz de colarse hasta en la mismísima fiesta de Aznar en Quintanilla de Onésimo. Esta reinona del histrionismo les ha metido las cabras en el corral y está sacando las tajadas de este caldo. Roma no paga traidores, pero sí los silencios. A callar, han debido decirle. A pagar, debió responder la cajera. Y en estas estamos cuando llega lo insólito y los extraños movimientos de cuerda en esta mascarada de títeres, pues se asegura que la productora de Gran Hermano, ese fregado algo cretino, ha decidido que rescinda sus contratos con los programas de cotorreo y bragueta en los que naufraga el gusto y el estilo y que cruce el charco la suelta chavala para empaquetarla en Méjico una temporada larga, silencio prescrito, distancia profiláctica, que ya está el corral demasiado alborotado. No hay precedente de que a un concursante ya expulsado le hagan seguir en el contubernio y en los intercambios con otras hermanadas transatlánticas. De la manga se sacaron esta salida; y así los salidos calmarán su inquieta compostura. Los césares que se hayan subido al monte de Venus quieren bajarse de él por la cara oculta y con sigilo. A la mujer del César se le exige no sólo no ser puta, sino además no parecerlo. Ya, pero ¿y al César?... ¿le mola, le honra o le viste el ser putero?...

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