Diario de León

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LO DIJO AZNAR, punto redondo. Y empaquetaron la quimera en aquellas promesas electorales: León contará con una escuela de pilotos del avión de combate europeo. Después vino la dilación, el desinfle y una ceremonia de confusiones en la que aún andamos palpando la oscuridad y dando manotazos al aire por ver de tocarle el sexo a este ángel y averiguar de una vez si se trata de un sanantón o una purísima. El cazurro escaldado y aquel otro que tiene peladas las credulidades confirman el chasco que encierra el viejo principio político: «prometen y prometen hasta que te la meten; y después de que te la han metido, a la mierda lo prometido». Y como está visto que en este país son más rentables las desgracias que las inversiones redentoras, andan pidiendo los leoneses un Prestige, por favor, y menos odres de viento. La calamidad es negocio. Y la ilusión, una estafa. Las últimas noticias en torno al asunto de los pilotos no pueden ser más descorazonadoras. España amaga con pirarse del invento europeo. Por si estaba poco claro, no habrá tal escuela en León. Acéptese este vacío en el que braceamos, considérense agotados los plazos de una inútil espera montados en una incógnita que ya parece perpetua y concluyamos que sería más conveniente olvidar la fantástica promesa y exigir que la cambien por otra en desagravio; más creíble esta vez, si es posible. Y absténganse en este extremo los que precedieron a esta fábula con otros cuentos parecidos y la misma lechera. ¿Recordamos lo de Biomédica y todo su fiasco de inversiones, trolas y perspectivas con sus colas de ingenuos leoneses apuntándose a la lista de empleos como si se tratara de «Bienvenido Mr. Marshall? ¿Y aquella extensión de la Fasa que iba a proyectarse en esta provincia, fabulosa redención anunciada por Zapatero cuando deliró en los ochenta con un Pacto por León?... Ante estas fábulas los leoneses creyeron y se ilusionaron. Obligados, claro, que con loterías sueña el pobre. Pero sorprenden dos aspectos de notable gravedad: el que prometió y la mangó jamás pidió perdón, ni se puso un cilicio en los morros, ni mucho menos dimitió como exige la decencia. Están en su papel. Lo desconcertante y enfurecedor es que este pueblo no les haya obligado a ello, no les haya botado.

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