Diario de León

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DEJAN LOS LIBROS, se rilan, se rinden, hasta la vista, profes, se acabaron las clases, tiran a la cuneta su enseñanza, a la mierda, albañiles, se acabó la masa, dejan de estudiar, no les mola o no les cuadra, no interesa la teoría de conjuntos ni los fonemas con perifollo, se grillan su educación y, al final, viene la ministra y reconoce que los niveles de fracaso escolar son sangrantes; el treinta por ciento de nuestros estudiantes (el cuarenta si son manchegos, extremeños o andaluces) se raja de esfuerzo y matrícula y optan por la licenciatura en pleisteisions y sopas bobas. Ningún otro país europeo tiene nuestras tasas de abandono. Viva el analfabetismo. Las razones mayoritarias con que los chavales alegan deserción son falta de interés o me aburría y, en menor medida, me llevaba mal con el profesor o no me enseñaban bien. En este punto brincan preguntas: ¿Quién tiene entonces la culpa de este fracaso, los estudiantes o el sistema educativo? ¿Por qué no se fracasa tanto en la enseñanza privada de faldita de tabla? ¿Es necio el alumno -sobran casos- o es el profesor incompetente? ¿Y qué piensan todos los que no desertan y acaban los estudios o carrera comprobando final y fatalmente que quien les abandona en realidad es un título que no les sirve para nada? ¿Abandonan estos escolares su formación oficial o, simplemente, cambian de maestrillo y de librillo matriculándose a continuación en las cien mil academias, cursos y negocios de educación por correo que se gastan un porrón en publicidad prometiendo títulos de toda ralea y ocupación profesional automática? ¿Por qué la formación profesional no consigue alcanzar unas cotas de interés ni seducir? ¿Para qué tanta universidad?... La educación es un barullo, los planes cambian cada cinco años, el desconcierto gobierna, ¿y quién no se raja ante este paisaje? ¿Habrá que volver a la educación que soñaba aquel viejo maestro español que fue preceptor de Simón Bolívar? Entonces el analfabetismo y la falta de oficio convertía a muchísimos jóvenes en futuros nadies y jornaleros. Aquel maestro demostró su alternativa: daba letras a los críos, pero también, y a la vez, artes mecánicas, destreza profesional, porque su lema sigue siendo sagrado hoy: «A quien nada sabe, cualquier le engaña; y a quien oficio no tiene, cualquiera le compra».

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