Diario de León

Gente de aquí | Virtuosos de la cuerda

Arcos que vuelan solos

El Cuarteto Borodin brindó anoche una de las más acabadas interpretaciones de Webern y Mozart ante un Auditorio entregado desde el principio, que supo agradecer la genialidad

Publicado por
Miguel Ángel Nepomuceno - león
León

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¿Dónde comienza el virtuosismo y termina la fría técnica? ¿Dónde acaba la creación y se inicia el oficio? Son preguntas que alguna vez nos hemos hecho quienes frecuentamos los auditorios de música y nos encontramos con artistas a los que no se sabe qué admirar más, si su pulcra ejecución o su lectura cuidadosa de la partitura. Pero lo que sí nos convence a todos y nos hace ponernos de pie es la belleza. Si nos ajustamos a los cánones interpretativos, la subjetividad de la belleza queda atrapada en la manera de hacer de un ejecutante, pasando de ser un don que fluye natural de la mera traducción de lo escrito en el papel pautado y de la receptividad con el que los oyentes la recibimos. Y, se preguntarán ustedes, adónde quiere ir a parar éste con esta disquisición no apta para tardes brumosas. Pues sencillamente a que cuando nos sentamos a escuchar a un intérprete no siempre lo que percibimos es la verdad de lo que está escrito en el pentagrama y el resultado de lo que nos sirve es una obra maestra que en nada se corresponde con lo que ellos están leyendo. Algo de esto ocurrió anoche con el Cuarteto Borodin, un grupo de cámara en el que no se sabe qué admirar más, si su portentosa ejecución o la limpidez de su sonido. Lo que nos ofreció este fenomenal grupo fue un concierto no apto para paladares poco habituados a la música en estado puro. ¿Cuántas veces hemos escuchado a un Mozart con la frescura y transparencia de ese Cuarteto K.465? Pocas, por no decir ninguna. O ese Webern de juventud en el que ya se muestra esa liberación de su lenguaje tonal de forma rompedora, dando paso a la «pequeña forma», su especialidad, porque en ella podía manifestarse con todo su poder y elegancia.  Son precisamente estas «cinco piezas» las que encierran un  verdadero potencial de seducción pocas veces logrado por otros creadores. El Borodin fue tejiendo esa tela de sonidos en cascada, dialogantes, expresivos, que caían de sus cuerdas hasta  dibujar  en cada acorde con la fuerza de su gesto toda la belleza de una partitura extraordinaria. Un violín concertino brillante, matizado, que contrastó con un chelo dialogante y una viola de sonidos afinados y trasparentes, al lado de un  segundo violín ajustado y atento, fueron las mejores bazas para  traducir el Cuarteto en sol menor op.10, de Debussy, otra obra reconocida ahora gracias a la magia de este grupo, que sabe cómo vender la música difícil con la facilidad de un suspiro. Todo un regalo que fue más que una clase maestra para oyentes cultos. ¡Indescriptible!

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