Diario de León
Publicado por
FRANCISCO SOSA WAGNER
León

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UNOS BOTARATES reunidos en un congreso han llegado a la conclusión de que «el lenguaje es totalitario, fascista y tramposo por definición». Y han deslizado también esta otra impagable perla: «el lenguaje está al servicio del poder», o esta linda simpleza: «las palabras solo perpetúan la relación de fuerzas que late en la vida social». Las palabras perpetúan eso o contribuyen al amor o al humor o a las buenas intenciones o al buen gobierno o al arte... Depende, mis queridos botarates, depende. Como no me gusta apostrofar a fantasmas los cito por algunos de sus nombres, Sami Naïr, Xavier Antich, José Antonio Millán, José María Ridao, habrá más pero estos son los que resalta la información periodística. Ignoran estos pensadores, que llevan en sus entretelas la trufa de un marxismo de apero de labranza, algo elemental: que las palabras son como las ostras porque traen dentro la joya de la música pero, claro, solo el poeta y el creador saben encontrarla. No el botarate. Y que en el mundo no hay nada más gastado y más nuevo a la vez que las palabras, aunque es cierto que hay prosa que parece un almacén en plenas rebajas de palabras (probablemente la que cultivan los sesudos citados). ¡Las palabras ...! pero ¿se sabe que si los sustantivos son los músculos, los adjetivos son la sangre de todo relato? Y que ambos, sustantivos y adjetivos, son auténticas columnas que soportan el peso de casi todo lo apreciable que hay en la vida: de la poesía, desde Homero hasta Gerardo Diego; de la literatura erótica, la que va de Ovidio a Henry Miller; de la literatura de humor, la que va de Aristófanes a Miguel Mihura, de la literatura épica, la que va de ... Reecomiendo a los citados congresistas que vean alguna vez una obra de teatro y a lo mejor son capaces de comprobar que están llenas de adorables extravagancias, salpimentadas con picantes variados o con el enredo del amor o con la severidad de la tragedia, es decir, que están escritas con palabras sacadas del magín de artistas sensibles que tuvieron o tienen en la cabeza algo más que lugares comunes y algo más sustancial que cargantes tópicos políticos. Porque las palabras son arena para construir deliciosos castillos inútiles, mar donde jugar a mil travesuras, merengue para niños, la vela blanca que erguida nos guía entre las tempestades del trayecto. Las personas que merecen la pena en la vida son justamente las que no se cansan de perseguir las palabras esquivas y socarronas, aunque sea a trompicones como hacemos los escritores torpes. La palabra, además, es lo contrario del número, hueso que siempre se encuentra uno en la sopa de un relato. El número, piénsese en el del producto interior bruto o en el de la hipoteca o en el de cadáveres tras un atentado, devuelve a la realidad, es como la ola que nos lanza contra el acantilado rocoso y rugoso de la verdad. El número va unido a balance que es fin, desenlace, cuentas que se engarzan, es decir, cifras y cifras que marean y taponan las arterias. Abominable. ¡Qué diferencia con la palabra! Yo no sé bien qué cosa sea el alma, si es el espíritu o una zona inmaterial o una vaga sensibilidad afectiva. Pero intuyo que las palabras son alma, «un no sé que quedamos balbuciendo», rellenas siempre de oscuros significados y de brillos y de bodegas repletas. Para que afloren las palabras justas, tenemos que sacar de nuestros fondos las músicas de nuestro íntimo pentagrama y para ello es preciso hacer sonar la flauta del vocabulario. Pocos tesoros tan inacabables como el de los diccionarios, gran menú de las palabras. El diccionario es un mecano, un muñeco hinchable que espera el soplo de nuestro ingenio para erguirse y dotarse de compostura. El diccionario es un horno apagado que está a la espera de que la inteligencia lo encienda para proporcionarnos el gran festín gastronómico de las bromas sutiles y de las agudezas del talento. Corolario o moraleja: el lenguaje y las palabras son totalitarismo y fascismo solo para quienes tienen empacho de corrección política. ¡Que se metan los dedos y que vomiten!

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